martes, 10 de julio de 2012

LOS SILENOS


     La plaza del Petit Sablon, en Bruselas, es un jardín con fuentes, flores, estatuas y bancos de hierro, bordeado de gruesos árboles que lo llenan de sombra. La plaza está al pie de la iglesia gótica de Notre-Dame du Sablon, levemente inclinada, y en silencio. También los domingos, cuando hay mercadillo y los vendedores montan sus tenderetes de lona y los curiosos se acercan a contemplar las pequeñas cosas antiguas que se agolpan sobre las mesas, el silencio sigue dominando la plaza. Es ese silencio que sólo saben mantener las multitudes centroeuropeas, pisando cuidadosamente la grava y hablando entre susurros. Uno de esos domingos, hace ya muchos años, compré este grabadito de Erasmo que me acompaña desde entonces, flanqueado por libros viejos de derecho. El autor es un retratista francés del siglo XVIII, Joseph Vivien, que hizo sobre todo óleos y pasteles de la alta nobleza europea, grandes retratos llenos de pelucas y armaduras, pero que hizo también este minúsculo grabado de seis centímetros, que es casi un grabado de contorno, de gran delicadeza.

     He querido tener cerca a Erasmo, a este Erasmo sonriente de Vivien, porque con sólo echarle una mirada de cuando en cuando me reconforta su pasión por el silencio y por el estudio –“la paz de los estudios”, de la que habla en sus cartas–, su afán conciliador en una época en que las ideas y las creencias estaban más enfrentadas que nunca, y su entusiasmo por las letras y por las artes. Erasmo era, sobre todo, un teólogo, pero supo deslindar la teología de la cultura. Era a la vez religioso y mundano. Le apasionaban las tragedias de Eurípides y los diálogos satíricos de Luciano, y el arte profano de la antigüedad y de su tiempo. Vivió alegremente pobre, y soportó con optimismo los ataques que le vinieron de todas partes. “A pesar de todo” es una de sus expresiones que más repite. En las épocas de su vida en que todo parecía confabularse contra él, resistió con esa sonrisa de resignación que tan bien está reflejada en el grabado.

     Pero una de las cosas de Erasmo de la que más me acuerdo es de los silenos. En la Grecia clásica se fabricaban unos juguetes que representaban figuras más o menos extravagantes, ridículas o deformes, y que estaban huecos. Tenían dos tornillos, y al desmontar los muñecos y separar sus dos partes, aparecía dentro la figura de un dios. Platón habla de los silenos en el diálogo El banquete. Cuando describe a Sócrates recuerda esos juguetes: el filósofo era bajo y feo –“se parece al sátiro Marsias”, dice Alcibíades en el diálogo–, pero llevaba dentro un dios. Erasmo traslada ese muñeco pagano al cristianismo. “¿Acaso Cristo no fue un prodigioso sileno?”. “Padres oscuros y baja cuna, una casa modesta, discípulos que eran pobres gentes arrancadas de los arados o de las redes, una vida de hambre, fatigas, burlas y cruz, pero dentro, un alma sublime”. Gran escándalo en la curia. Erasmo es de una insolencia ilimitada. ¡Comparar a Cristo con un muñeco, y con un muñeco pagano! Prohibición fulminante de Roma de que se publiquen esos párrafos del teólogo.

     La prohibición se llevó consigo lo mejor del libro de los Adagios: que todo hombre es un sileno. No hay que juzgar por las apariencias. Al hombre no se le puede desmontar, como al juguete de los niños griegos, pero lleva dentro –ahora hay que escribirlo, como Erasmo, con mayúsculas– a Dios. 

Erasmo. Vivien sculp.

3 comentarios:

  1. Estimado Antonio, hace dos sábados acudí a Oña, Burgos, antes de subir a Gijón a participar en el curso "Grandes firmas del periodismo literario" (organizado por la UNED y en el que se abordaron las figuras de Larra, Azorín, Pardo Bazán, Rafael Altamira, Clarín y de Javier Marías como escritor contemporáneo).

    Como ya sabrá, en Oña se celebra este año la decimoséptima edición de las Edades del Hombre. Con el título de Monacatus, la exposición artística (obras de Zurbarán, Berruguete, Ribera, entre otros) que contemplamos en el monasterio de San Salvador nos adentra en la vida monástica en la Iglesia Católica. Una de las cosas más preciadas que encontramos en un monasterio es algo tan importante y tan ausente en la sociedad de nuestros días como el silencio. Y es en silencio, en retiro, como se dan las condiciones más propicias para el encuentro con Dios; quizás por eso nuestra sociedad, o parte de ella, camine a marchas forzadas hacia su abandono en medio de Su rechazo.
    Por eso, visitando Monacatus uno entiende porqué hay hombres que deciden un buen día abandonar el mundanal ruído y retirarse al encuentro de Dios en silencio, oración, la vida contemplativa, el estudio y el trabajo.

    Una visita totalmente recomendable.

    Saludos,
    Juan Pablo

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  2. Gracias, Juan Pablo, por este comentario tuyo y por los de la semana pasada. Y una pregunta: esa bonita biblioteca que aparece en la página de entrada de tu blog, ¿de quien fue?

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  3. Un placer Antonio, en breve terminaré de leer tu biografía sobre Thibaut, todo un descubrimiento para mi.
    La hermosa biblioteca que aparece en mi blog se corresponde con una de las salas de la Biblioteca de la Universidad de La Matanza (Argentina) y el busto que posa sobre la mesa es del romántico Giacomo Leopardi.

    Saludos.

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