El Ayuntamiento
de Madrid, en un rasgo de humor que no es habitual entre concejales, ha
decidido convertir la antigua Casa de Fieras del Retiro en biblioteca pública y
las jaulas en salas de lectura. Aquellos pequeños espacios exteriores cubiertos
de rejas en que los animales salían a tomar el aire, se han ocupado también, y se
han instalado en su lugar unos cubículos acristalados, para que los lectores,
como antes las fieras, puedan tomar el sol. Quienes aún recordamos la Casa de
Fieras habitada por sus moradores originarios, no podremos evitar la
superposición de imágenes, y veremos lectores-mono, lectores-jirafa,
lectores-tigre, lectores-hipopótamo.
¿Dejarán poner el
retrato de un mandril o de una hiena en el carnet de lector? Me gustaría pasar
alguna tarde en una de esas jaulas de lectura. Porque me acuerdo muy bien de la
cara de tristeza de aquellos animales de la Casa de Fieras, en la que todos,
hasta el elefante, tenían un cierto aire de ave de corral, y quisiera sentir,
sólo por una tarde, la sensación de vivir encerrado en una pequeño espacio de
ladrillo y hierro, con la vida permanentemente expuesta a las risas y los
cacahuetes de los niños. Muchos de aquellos animales no habían conocido la
selva o el polo, porque habían nacido y muerto madrileños, y pensarían que la
vida era eso: estar en soledad con un grillete en la pata que los fijaba al
suelo, ignorar que existen otros ejemplares de su especie y morir un agosto
cualquiera, achicharrados de calor.
(La biblioteca es
sólo un proyecto. No sólo está cerrada al público, sino que está cercada por
altos paneles impenetrables. No ha sido fácil hacer la fotografía. La
biblioteca no tiene libros ni mobiliario, y la abrirán cuando el erario
municipal lo permita. Va para largo).
Las jaulas, ahora y antes: vacías, en espera de su destino, y con animales y visitantes. |
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