El pozo como metáfora de la vida: hueco y lleno a la vez. Sentir
tantas veces el vacío y otras tantas la plenitud. En ocasiones, asomarse al
brocal, y ante el abismo no encontrar palabras. Como escribe Carlos Bousoño,
hambre de ti y sed de ti tuviste
y junto al pozo del no ser no
hablaste.
Asomado al brocal no viste estrellas
temblorosas, ni hubo luz en la noche
profunda.
Pero
también sucede lo contrario: al ver el cielo azul reflejado en la redonda lámina
agua, estallar súbitamente de alegría y desbordar en palabras. En todo caso palabras:
palabras calladas o palabras dichas. Porque, ¿qué es la vida, sino, al borde
del pozo –ese pozo que “cavaste dentro de ti”, dice también Bousoño–, una
continua alternancia entre el silencio y la palabra? (Porque la palabra hace la acción, como el arado hace el cultivo. La palabra es la que
hunde su hierro en nuestra vida y va labrando los surcos en que consiste).
Todo fueron palabras. El amor y el
hastío,
el rigor de vivir junto a la nada
ardiendo…
escribe el poeta en bellísimos
versos, tan expresivos por el desplazamiento final: ¿qué es lo que arde, lo que
hace arder, sino el vivir junto a la nada, y no la nada misma?
En
la casa en que nací había un pozo. El brocal era de piedra. Era una sola pieza de
granito antiguo, desgastado por el tiempo, con la boca mellada. Siempre fiel a
la cita del cubo, la soga, la polea, el niño, la ilusión, la sed, tuvo agua
aquel pozo. Incluso en los meses ardientes del verano. Había que echar con
fuerza el cubo –la boca negra devoraba la soga veloz, la polea chirriaba–, para
vencer la resistencia del agua. Luego, cuando con gran esfuerzo se iba alzando
el cubo, se adivinaba el milagro de aquel frescor que ascendía de la entraña
caliente del patio.
Pozo de realidad…
nocturno cerco de sombras…
Pozo
de realidad. ¿Cabe una definición más precisa de la vida? Nos vamos horadando,
taladrando, ahuecando, hasta quedarnos al borde de nuestro precipicio. Pero luego
ese pozo se va llenando de una extraña sustancia consistente que es la
realidad. Porque sí, es verdad: qué rara, qué sorprendente es esa dura
consistencia de las cosas frente a la oquedad del pozo, frente al vértigo del
vacío y de la nada. Y que misteriosa síntesis la vida, hecha de pozo y realidad
a un tiempo en un mundo de palabras.
La hermosa vida que has vivido vale.
El campo, el valle, lágrimas de todo
que has podido llorar, la niebla
oscura.
Todo vale si es, aunque palabras
fuese. Todo vale si gime.
Todo vale si duele
junto a tu carne un mundo de
palabras.
Con
Carlos Bousoño, en abril de 2008. Al fondo, el retrato del poeta por Joaquín
Vaquero Turcios
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