Varios amigos acompañamos a José Antonio Muñoz Rojas a
recoger el premio de poesía Reina Sofía, que le entregaba la reina en el
paraninfo de la universidad de Salamanca. Hace de esto ya varios años. Habló el
rector, habló el poeta premiado y habló la reina. Cuando terminó el acto,
apagaron las luces, pero era una mañana luminosa, y la gran sala, sin focos ni
lámparas encendidas, quedó en una penumbra clara. Fueron saliendo todos, y los
últimos en salir fueron la reina y el poeta José Hierro. En ese momento las
luces ya estaban apagadas. Apenas se oía el murmullo lejano de las voces. La
sala estaba casi en silencio. Hierro llevaba en una mano una maleta gris con la
botella de oxígeno, y unos tubos transparentes le recorrían la cara. Entonces retrocedió
unos pasos, se agachó, cogió una rosa de un jarrón que habían puesto en el
suelo, al pie de la gran mesa presidencial cubierta de terciopelo rojo, se
dirigió a la reina, y le dio la rosa sin decir ni una sola palabra. La reina
sonrío, pero tampoco dijo nada. Los gestos mudos, las sonrisas, el esfuerzo del
poeta al agacharse, la delicadeza de la reina al coger la flor, todo hizo que
aquella escena tuviera la nitidez y la gracia de una pequeña estampa miniada de
un códice medieval.
Me he acordado ahora de aquella escena –apenas nada, unos
gestos que se habrían disuelto en el olvido–, por la publicación reciente de
una bellísima antología de José Hierro ilustrada con sus propios dibujos, sobre
todo con innumerables autorretratos, que eran su verdadera especialidad. Dominaba
su cabeza de tártaro o de mogol, con el bigote denso y los ojos orientales, que
luego llenaba, sobre la aguada de fondo, con rayas y colores inverosímiles. Hierro
de frente o de perfil, Hierro con la cabeza derecha o ladeada, un solo Hierro o
innumerables Hierros al fondo, enmarcados, y uno grande en primer plano. El
libro lleva un prólogo de Francisca Aguirre, tan buena escritora, siempre en
una discreta retaguardia, que traza una semblanza del poeta que sólo ocupa
medio renglón: “No he conocido a nadie tan consciente de lo que era vivir”.
De una antología puede decirse siempre que faltan cosas,
porque cada uno de los lectores haría una selección distinta. Esta es casi
perfecta. El casi es por alguna ausencia de algunos sus poemas musicales, los Acordes a Tomás Luis de Victoria, o el Homenaje a Palestrina, que tan
severamente reproducen el rigor de la polifonía renacentista.
Guardo del poeta José Hierro algunos recuerdos a los que vuelvo
de cuando en cuanto, y este dibujo que me regaló:
Dibujo
de José Hierro, de mayo de 1998
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