Junto
a las jaulas reconvertidas en cubículos de lectura, de las que hablaba el sábado, siguen quedando algunos testimonios de lo que fue la vieja Casa de
Fieras del Retiro: el foso de los monos, vacío, y un pequeño estanque con
patos. Estos patos continúan viviendo en su jaula desde hace medio siglo, no
porque alguien olvidara llevárselos cuando trasladaron a los demás animales,
sino porque consideraron, probablemente,
que los patos son animales
demasiado comunes para un zoológico moderno.
Los patos son fauna autóctona.
Junto
a esos tristes patos aún recluidos, que son como un testimonio vivo de aquella
tristísima Casa de Fieras, había la otra tarde palomas, gorriones y mirlos que
disputaban la comida a los patos, y con bastante más astucia que ellos. Siempre
me han llamado la atención los animales libres que visitan a los recluidos, que
se aprovechan de algunas de sus ventajas –como recibir regularmente comida y
agua-, y que llegan y se van con absoluta libertad. Frente a sus congéneres
enjaulados, ellos conservan la dignidad de los seres libres, lo que se traduce
externamente en una mayor viveza, una mayor agilidad y también una mayor
alegría.
Las
palomas, a pesar de su alto rango como símbolos de la paz, son víctimas de
encarnizadas persecuciones por parte de las autoridades municipales. Aquellas bandadas
que revoloteaban dando sonoros aletazos en los parques y junto a los
monumentos, han desaparecido. La escena de una anciana o un niño que las da de
comer es ya de otros tiempos. Va siendo raro ver palomas en Madrid. Estas dos que he tratado de dibujar estaban el
otro día, erguidas y joviales, disfrutando de su libertad junto a la triste
jaula de los patos tristes.
Vera efigies de las palomas
que estaban el sábado en el borde del bebedero de los patos.
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