jueves, 12 de julio de 2012

POSITANO


     Casi a la vez que encontraba esta foto de Positano que hice cuatro o cinco años atrás, leía el lento avance de la edición crítica de la obra de Robert Walser. ¿Qué no tienen nada que ver? Bueno, algo sí. A mí al menos me lo ha parecido de inmediato. Positano y Walser son, cada uno a su modo, un pueblo y un hombre, dos símbolos de aislamiento.   

     A Positano se llega por una carreterita colgada sobre el acantilado de la península sorrentina. Pero es que Positano es un pueblo vertical, en el que cualquier desplazamiento es casi una cuestión de montañismo. Positano, enclavado en uno de los triángulos más visitados de Europa –entre Nápoles, Sorrento y Capri, es un pueblo encerrado en sí mismo, de espaldas al mundo. En Positano se explica uno que González Ruano planeara esconderse allí para siempre, morir en vida, hacer el difunto Matías Pascal, desaparecer del mapa y cambiar de nombre y de pasado.

     ¿Qué se lo impidió, más allá de las visicitudes de la guerra? Que el modo de huir del mundo no está en encerrarse en un pueblo vertical. Robert Walser enseñó que había que hacerlo de otra manera. Si él vivió al margen de todos y de todo, en una modesta y feliz Mansardenexistenz –que magnífica palabra, que puede describir por sí sola una-vida-que-discurre-de-buhardilla-en-buardilla–, fue por su falta de ambición. Lo dijo con una frase lapidaria: Glück ist selbstgenügsam. La felicidad es estar satisfecho con uno mismo. También lo dijo de otra manera: Ein Mensch habe den Mut, sich zu geben und zu tragen, wie er nun einmal ist. El hombre debe tener el coraje de entregarse y sobrellevarse simplemente como es. Y en otro lugar confiesa: Ich bin allerdings arm und an Erfolglosigkeit hat es mir bis heute nie gefehlt, aber das Leben kann auch ohne Erfolg hübsch sein. Soy absolutamente pobre, y hasta ahora no me han faltado fracasos, pero una vida sin éxito puede ser también bella. Los personajes de Walser comparten la resignación feliz de su autor. Como escribió Walter Bejamin, todos sus personajes tienen una especial nobleza, una rara aptitud para disfrutar de la vida: gozan de esa felicidad elemental de los convalecientes. A Ruano le faltaba todo eso: estar satisfecho consigo mismo, aceptarse como era, resignarse a vivir sin éxitos. En esos casos, Positano es una pasión inútil.

     La vida de Walser tiene, en sus dos largas etapas, un fiel paralelismo con la de Hölderlin: cincuenta años de lucidez y treinta de locura. Pero, a diferencia de Hölderlin, que siguió escribiendo en la Torre de Tubinga algunos poemas de extraña perfección formal, Walser cayó en el mutismo cuando entró en el primer manicomio. ¿Cómo es posible que los compiladores de la edición crítica no sepan aún la extensión final de su tarea, si Walser dejó de escribir en 1929? Porque, no importándole nada la fama, Walser publicó en periódicos locales sin apenas difusión, porque es probable que alguna editorial –de tantas que no quisieron publicarle– siga conservando originales en sus archivos, y porque regaló muchas páginas manuscritas a todo el que se lo pedía. Los editores han hecho una llamada al público: si conocen algún texto manuscrito o periodístico de Walser comuníquenlo a feedback@kritische-walser-ausgabe.ch; se lo agradecerán. Varias décadas después de su muerte ha aparecido un paquete de 526 hojas, escritas con una letra tan pequeña, que al principio se pensó que estaban redactadas en clave. Ya han salido de ese paquete dos novelas y seis tomos de algo que, a falta de género conocido, han llamado simplemente “textos a lápiz” (Aus dem Bleistiftgebiet).

     La edición crítica comenzó a publicarse en 2004 y se prevé la terminación para 2019. Serán, probablemente, cuarenta y ocho tomos. Hermann Hesse, que conoció al escritor en la felicidad de su aislamiento del mundo, y conoció su obra cuando muy pocos la habían leído, escribió que si llegara algún día en que el pensamiento de Walser iluminara el mundo, no habría más guerras. Y añadió: si alguna vez tuviera lectores, el mundo sería mejor. 
Positano



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