sábado, 28 de julio de 2012

PRIMERAS MELODÍAS


      El Concierto de piano núm. 1 de Grieg fue la primera pieza de música clásica que recuerdo. La primera canción fue un bolero, Lo dudo, que cantaban Los Panchos

Lo dudo, lo dudo, lo dudo
que tú llegues a quererme
como yo te quiero a ti.

Lo dudo, lo dudo, lo dudo,
que halles un amor más puro
como el que tienes en mí.

Hallarás mil aventuras
sin amor,
pero al final de todas
solo tendrás dolor.
Te darán de los placeres
frenesí,
más no ilusión sincera
como la que te di.

       Mis padres lo bailaban en casa, ellos solos, y yo los miraba desde el sofá con las piernas colgando, que aún no llegaban al suelo. El primer calendario que entendí fue el de 1959. Tenía grandes números de color rojo.

       Los brillantes acordes del piano de Grieg flotan, desde el balcón que da al mar, sobre aquel jolgorio en sordina que no se detiene hasta altas horas de la noche, y se cruzan con los ecos franceses, españoles, alemanes, árabes, yidis y ladinos de las conversaciones callejeras. Los instrumentos de viento repiten la melodía del solista. Llegan hasta el balcón las voces de unos paseantes que ríen y bromean en un idioma desconocido. El azul del cielo y el del mar se confunden. Solos de viento –oboes, fagots− interpretan el tema principal por encima de los arpegios del piano. Al fondo se ve la silueta caliza del cabo Espartel. Llega el transbordador de Tarifa, haciendo sonar la sirena. La melodía es triunfal, pero tiene de cuando en cuando la leve tristeza del tono menor. Los compases recorren el teclado de arriba abajo y luego de abajo arriba. Mi padre mueve la cabeza, sonriendo. Lleva una chaqueta gruesa, de color gris, de espiguilla, y una corbata roja y gris.

A.P. su madre en el boulevard Pasteur de Tánger, años 50

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