Cuando Antonio Machado llegó a Soria el 4 de mayo de 1907, sólo
tuvo tiempo de conocer fugazmente a sus compañeros, los otros cinco
catedráticos del Instituto General y Técnico. El curso terminaba por esas
fechas, y el instituto cerraba durante las largas vacaciones de verano. Soria
tenía entonces siete mil habitantes. Era una plaza de entrada, y todos los
catedráticos eran jóvenes. El mayor de ellos, Agustín Santodomingo, profesor de
Historia Natural, estaba casado. Había desempeñado su primera cátedra en el
instituto de Figueras, donde estuvo sólo un par de cursos. Había nacido en Ávila,
y quería estar cerca de su tierra. Fue nombrado catedrático de Soria en marzo
de 1906. A Soria se había venido a vivir con su mujer, Leocadia, y tres hijos
pequeños. En Soria nacerían otros tres hijos. La familia vivía en la calle de
los Estudios número uno, en una casa que hacía esquina con la calle del
Collado.
En ese primer viaje de Machado a Soria, Agustín Santodomingo
acogió al poeta paternalmente, y le recomendó que se quedara a vivir en la
pensión vecina, la de la calle del Collado número 50. A esa pensión volvió el
poeta al comienzo del nuevo curso, aunque muy pronto se trasladó a otra que
estaba aún más próxima, en la calle de los Estudios número 7. Casi en
los mismos días en que volvió Machado a Soria –en septiembre de 1907–, llegaron
a la ciudad Ceferino Izquierdo, guardia civil retirado, y su mujer Isabel Cuevas, con
sus tres hijos. La mayor era Leonor, que tenía entonces trece años. Al poco de
llegar a Soria abrieron una pensión en la calle de los Estudios número 7, a la
que se trasladó el poeta. La cercanía de la pensión a la casa del catedrático
de Historia Natural don Agustín Santodomingo, que estaba en la misma acera y a sólo
tres portales, hizo que la relación entre el poeta y su compañero fuera aún más
estrecha. Pronto compartirían, además, tareas administrativas en el instituto:
Machado fue nombrado vicedirector, y Agustín Santodomingo, secretario. Los
únicos protagonistas de la vida cultural de Soria eran los catedráticos del
instituto, que intervenían en todos actos públicos. uno de los más sonados –del que se dio noticia en la prensa
local y en La Correspondencia de España,
de Madrid–, fue el homenaje tributado al filósofo soriano Antonio Pérez
de la Mata en octubre de 1910, en el que intervinieron Antonio Machado y Agustín
Santodomingo.
No coincidieron sin embargo en las aulas. Agustín
Santodomingo impartía la asignatura de Fisiología e Higiene en quinto curso, y
la de Historia Natural en el sexto y último del bachillerato. La asignatura de
francés era la única que se extendía a lo largo de dos cursos; Machado la
explicaba en el tercero y cuarto años.
El menor de los seis hijos de Agustín Santodomingo y
Leocadia Díaz, y el único superviviente, es Pilar, que nació en Soria en enero
de 1913. Tres meses antes de que ella naciera, Machado había dejado de vivir en
la ciudad; el 15 octubre de 1912, el poeta había cesado oficialmente, y pocos
días después había emprendido el viaje al sur: empezaba el nuevo curso en el
instituto de Baeza. El martes pasado estuve con Pilar Santodomingo en la
residencia donde vive. No conoció al poeta, pero, al borde del siglo de vida,
rememora con toda lucidez la presencia constante de Machado en la vida
familiar. Sus padres le hablaron muchas veces de la boda de Antonio Machado con
Leonor Izquierdo, entonces una niña de quince años, que se celebró en la
iglesia soriana de Santa María la Mayor un día de julio de 1909, y en la que
Agustín Santodomigo fue testigo, vestido con larga levita negra, como el novio;
de los paseos que daban muchas tardes con el poeta y su mujer por el parque del
Mirón y por las orillas del Duero; de cómo tocaba Antonio Machado la guitarra,
hasta altas horas de la noche, en su casa; de los últimos meses de la
enfermedad de Leonor, y de su muerte. Pilar Santodomingo es licenciada en
ciencias químicas y en farmacia, y probablemente ha leído pocos versos de
Machado. El otro día no habló de ningún poema, sino de un joven profesor de
instituto que era compañero de su padre, y de aquella niña, Leonor, que era tan
amiga de su madre. Por eso resultaba emocionante oírla.
Retratos de Agustín
Santodomingo y Leocadia Díaz
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