Ha hecho el nido tan cerca del ventanal del despacho que
nuestras miradas se cruzan constantemente: al levantarme de la silla, al mover
la cortina, al hacer cualquier movimiento brusco. Al principio pensaba que reconsideraría
su imprudencia de haberse instalado tan cerca y que se iría más lejos, pero no
ha sido así. Ha debido de ponderar las circunstancias: el ventanal no se abre,
el humano parece inofensivo y las ramas interiores del árbol son densas y
sombrías. Cuando me olvido de ella porque tengo que andar enfrascado en los
documentos, se aplasta contra el fondo del nido y cierra los ojos. Cuando paro
un momento y me levanto, alza el cuello, gira la cabeza y me mira con los ojos
muy abiertos. Procuro moverme despacio. Estamos pendientes del uno del otro. Ella
por prudencia, y yo por no perderla, para que no se sienta incómoda y ser vaya.
También para evitarle sobresaltos y que esté tranquila.
Lleva una vida tan solitaria como la mía, y eso hace que nos
entendamos. Nadie viene a verla. A veces se posa en el mismo árbol otra paloma,
pero se advierte enseguida que es un extraño. No se tienen en cuenta. Ella
tampoco busca compañía. Se pasa muchas horas en el nido, se ve que está a gusto
sobre esos pocos palos secos que ha reunido.
La primera mañana que la vi me acordé de la canción de
Moustaki,
heureusement qu'il y a de l'herbe dans nos villes polluées
et que la nature est superbe quand telle pousse en secret
un peu d'amour et de soleil suffit a la faire pousser
un peu d'amour et de soleil suffit a la faire pousser
et que la nature est superbe quand telle pousse en secret
un peu d'amour et de soleil suffit a la faire pousser
un peu d'amour et de soleil suffit a la faire pousser
Sí, menos mal que la naturaleza es más fuerte que nuestra
civilización urbana, y que se cuela por cada resquicio enviándonos plantas y
pájaros. Qué sería de una ciudad sin trinos y sin el murmullo del viento entre
las hojas, una ciudad inmóvil como un cuadro metafísico. Y aunque es verdad que
un peu d'amour et de soleil suffit
qué poco amor les damos, qué ingratos anfitriones somos con esos
huéspedes tan delicados y frágiles. Afortunadamente la naturaleza es más
generosa que nosotros.
Mi
vecina del registro, fotografiada el 8 de junio
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