jueves, 14 de junio de 2012

ESPEJOS DEL ALMA


            ¿Qué revela mejor el interior del hombre? ¿La cara? ¿La voz? La cara se hereda, en esa misteriosa conmixtión de rasgos que produce la genética. La voz quizá, pero no el timbre, sino el tono. Hablar bajo o alto, con naturalidad o engreimiento sí depende de cada cual. Después de muchos años de leer a Felisberto Hernández, de conocer a sus hijas –a una, de paso por Barcelona, y a otra en su casa de Montevideo–, a sus nietas, a una de sus cuatro mujeres –la pintora Amalia Nieto, también en Montevideo–, después de leer todos sus libros y de haber pasado muchas horas entre sus manuscritos, ayer le he oído por primera vez. Visor ha publicado dos cuentos de Felisberto leídos por él. He puesto el disco con inquietud, con la misma inquietud con le habría visitado de no haber muerto hace casi medio siglo. Felisberto era un hombre bueno, inseguro, desdichado, además de grueso y lento. Escribió contra sí mismo: contra su incultura literaria, contra su escaso dominio del lenguaje, contra su enfermedad mental. También contra su profesión, porque él era pianista. Pero sentía una irresistible vocación a narrar, y escribió unos cuantos libros, no muchos, algunos publicados a su costa. Apenas conoció el éxito en vida. Su fama ha ido creciendo después. ¿Cómo sería su voz? El temor se ha disipado desde las primeras frases. Es una voz-espejo, una voz que revela al hombre que la emite, una voz de timbre grave y tono de cuidada monotonía, de natural modestia. El humor discreto y tierno de sus relatos aflora en esta lectura carente de toda afectación. Rilke, que llegó a conocer la invención del gramófono, pensó que su mejor destino era la lectura de obras literarias por sus autores, “¡nunca por recitadores profesionales!”.

            Pero el caso de Felisberto no es la regla. No siempre la voz revela al hombre. No puedo olvidar la melopea inexpresiva, plana, de Salinas leyendo los poemas de La voz a ti debida. Quizá la casa. El cuarto de trabajo. Ese es probablemente el mejor  espejo del alma. Pero, ¿y los que en su casa no tienen un cuarto de trabajo, un lugar para el recogimiento de la lectura? ¿Qué les queda para hacer visible el alma?

Felisberto Hernandez al piano

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