Acababa de escribir la página anterior cuando encontré este
libro, A year with Rilke, daily readings, en un cajón de saldos de
una librería. El libro da una de las repuestas posibles a esas preguntas, “¿cómo
y dónde?”, sobre la lectura de poesía. Al ofrecer un poema para cada día del
año, el libro está contestando a la vez a las dos cosas. Un poema, un sólo poema,
y un solo poema que no hay que elegir, se puede leer en cualquier lado. Es cosa
de un instante.
Esa propuesta, que enlaza con el lema juanramoniano “amor y
poesía cada día” y con los versos de Celaya,
poesía necesaria,
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
tiene algo de liturgia de las
horas, y el libro, algo del officium
divinum. Como los viejos breviarios de tapa negra con letras doradas y
papel biblia, estos daily raedings
hay llevarlos, para cumplir el precepto, siempre al lado, cuando se emprende un
viaje y cuando se queda uno en casa, en vacaciones y en tiempo laboral, en días
de salud quebrada que hay que sobrellevar en hospitales o en días de
convalecencia que hay que pasar en sanatorios de montaña. Siempre y en todo
lugar, para que no falte nunca el alimento poético.
La mística del
breviario y la necesidad del sustento espiritual están detrás de esta
tarea de selección, traducción y distribución de los poemas a lo largo de las
365 páginas del libro que han emprendido las editoras, Macy y Barrows. Han
elegido a Rilke, dicen, porque es el poeta que da respuesta a las grandes
cuestiones de la existencia. Y porque nos ha dado también la gran lección de la
fragilidad, de la exquisite fragility
de nuestra vida: por eso, el poeta nos invita a tener presente la muerte y a
aceptar nuestra mortalidad, a convivir con el sufrimiento, a buscar a Dios, a vivir en armonía con el mundo, a huir del
sentimentalismo lacrimoso y a evitar la codicia de las cosas. Y porque nos
obliga a transformar el mundo,
Earth, isn’t what you want?
y a transformarnos a nosotros
mismos, perdiendo el miedo a la soledad, y aprendiendo a vivir a la vez en el
mundo visible y el invisible.
Y todo ello, escriben las editoras, con una luminous simplicity. Aunque en esto cometen, de cuando en cuando, algún
piadoso engaño: cuando Rilke no es simple –y no suele serlo–, lo simplifican o
lo aclaran –discretamente– ellas. Un solo ejemplo: el lector recordará el
célebre epitafio que Rilke compuso para su tumba. Cuando las editoras lo
traducen,
Rose, oh pure paradox, desire
to be no one’s sleep beneath
the many eyelids of your petals,
rompen el encanto de su
misterio al aclararlo. Cuando Rilke escribe “sueño de nadie bajo tantos /
párpados”, traducen, con innecesario prosaísmo, “sueño de nadie bajo tantos /
párpados de sus pétalos”. Rilke, más sutil que sus traductoras, había dejado a
la intuición lector el imaginar que los párpados de una rosa son sus pétalos.
Joanna Macy y Anita Barrows, A year with Rilke, Nueva York 2009
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