sábado, 9 de junio de 2012

ASOCIACIÓN DE IDEAS


Al leer, uno de estos días, una viñeta de Forges –alguien le decía a Dios Padre “si existes, baja y haz justicia”, y Dios Padre, barbado y desde un trono entre nubes, contestaba “jo, qué pereza”– me he acordado de un gran Cristo románico que hay en una iglesia de la ciudad alemana de Münster. Una de tantas bombas que cayeron sobre la ciudad le arrancó los brazos. Al acabar la guerra podían haber recompuesto los brazos, pero optaron por dejarlo tal como quedó en esa mañana trágica. La imagen resulta de un extraño patetismo. Ahora está en un rincón, junto a la entrada. Suele haber gente en los tres o cuatro reclinatorios que hay delante. Es llamativo que siendo una imagen tullida, amputada, maltrecha, resulte la más acogedora. Podía suscitar el mismo reproche que los soldados le hicieron a Cristo en el Gólgota —¿cómo pretendes salvar a otros si no has podido salvarte tú?—, y sin embargo, no, lo que se piensa es que entiende mejor que nadie los sufrimientos de los hombres. Supongo que los cientos de mutilados que quedaron en Münster tras la mañana del 30 de septiembre de 1944 le verían como uno más, y vendrían a compartir con él, probablemente sin palabras, los mismos dolores.

 Sobre el Cristo amputado de Münster han puesto una frase: Ich habe keine anderen Hände, als die Euren. “No tengo otras manos que las vuestras”.

Caserío medieval de Münster antes del bombardeo

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