Estaba buscando otra cosa y me he encontrado esta fotografía.
Ahora que ando tras tantas cosas que no
encuentro, como dice en un verso el propio José Antonio Muñoz Rojas, me he
encontrado con él y con Lourdes en esta foto que les hice en La Casería. Lo que
me gusta de esta foto son las miradas. Cómo José Antonio mira, sonriendo, hacia
otro lado, y Lourdes mira de frente, seria, mientras enlaza su brazo en el de
José Antonio, pero no sólo el brazo, sino también la mano que se extiende con
dulzura hacia esa mano ajena de José Antonio, ajena a la caricia, metida en el
bolsillo, mirando también, a su modo, hacia otro lado.
Conocí a José Antonio Muñoz Rojas en sus segundos veinte
años. O quizá antes. Quiero decir que a finales de los años ochenta –y estando él
también cerca de los ochenta años– José Antonio era, más que un joven, un
adolescente. Una vez se equivocó al regalarme el libro que traía cuidadosamente
envuelto. Al abrirlo, vi que estaba dedicado a una mujer, y con unas frases que
sólo habría escrito un adolescente. Al
girar el libro abierto hacia él, para que viera el error, se puso colorado como
un adolescente, y sonrió como cualquier adolescente que hubiera tenido que
entreabrir su intimidad hacia el mundo.
De esos años son algunos poemillas nuevos dedicados a Rosa
–qué hermosísimo en su sencillez aquello de Rosa,
mi corazón, mi latifundio–, que es esa mujer inexistente en que todo
adolescente vuelca su desbordante pasión amorosa. Porque José Antonio Muñoz
Rojas, y no sé si todos los poetas, porque no los conozco a todos como para
poder hacer una afirmación tan general, vivía recluido en su intimidad como los
adolescentes, o dicho con más precisión, vivía recluido en su intimidad de
adolescente. Hay palabras que se unen y
crean. / Su unión siempre es fecunda. Quien las tenga / de huéspedes en el alma
será salvo. / Decirlas es perderlas. Viven dentro. / Sus nombres son Silencio y
Soledad, dice en uno de sus poemas tardíos. Al silencio y la soledad en que
vivía habría que añadir el desasosiego. Ese desasosiego de la adolescencia de no
encajar con el mundo ni consigo mismo. Cuando me enseñó su cuarto de trabajo en
La Casería, me dijo que muchas tardes se encerraba allí y no conseguía escribir
ni una sola línea. Tenía mucho que decir y no sabía cómo. La pasión amorosa, de
tan pujante y caudalosa, se le agarrotaba entre el corazón y la pluma, se le
quedaba dentro, doliéndole.
En el piso de arriba había un gran retrato de Lourdes, un
óleo de cuerpo entero, y al verlo dije que había una gran dulzura en el rostro,
y Lourdes le dijo entonces a José Antonio ¡Y luego dices que nunca soy dulce! Y
aquello lo entendí. El adolescente está necesitado de dulzura. A sus ochenta, a
sus noventa años, José Antonio Muñoz Rojas necesitaba dulzura, infinita dulzura,
porque no tenía el alma envejecida, seca, sino en carne viva.
Recordandoles con gran y sincero cariño y con la mejor de mis gratitudes y agradecimiento. Antonio Yepes ( hijo).- Referencia.- Calle Velazquez,92(Porteria) en Madrid( Años 1954-1963).-Teléfono 619790180
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