sábado, 12 de mayo de 2012

SEGUNDO PIE DE FOTO


    Estaba buscando otra cosa y me he encontrado esta fotografía. Ahora que ando tras tantas cosas que no encuentro, como dice en un verso el propio José Antonio Muñoz Rojas, me he encontrado con él y con Lourdes en esta foto que les hice en La Casería. Lo que me gusta de esta foto son las miradas. Cómo José Antonio mira, sonriendo, hacia otro lado, y Lourdes mira de frente, seria, mientras enlaza su brazo en el de José Antonio, pero no sólo el brazo, sino también la mano que se extiende con dulzura hacia esa mano ajena de José Antonio, ajena a la caricia, metida en el bolsillo, mirando también, a su modo, hacia otro lado.

   Conocí a José Antonio Muñoz Rojas en sus segundos veinte años. O quizá antes. Quiero decir que a finales de los años ochenta –y estando él también cerca de los ochenta años– José Antonio era, más que un joven, un adolescente. Una vez se equivocó al regalarme el libro que traía cuidadosamente envuelto. Al abrirlo, vi que estaba dedicado a una mujer, y con unas frases que sólo habría escrito un  adolescente. Al girar el libro abierto hacia él, para que viera el error, se puso colorado como un adolescente, y sonrió como cualquier adolescente que hubiera tenido que entreabrir su intimidad hacia el mundo.

   De esos años son algunos poemillas nuevos dedicados a Rosa –qué hermosísimo en su sencillez aquello de Rosa, mi corazón, mi latifundio–, que es esa mujer inexistente en que todo adolescente vuelca su desbordante pasión amorosa. Porque José Antonio Muñoz Rojas, y no sé si todos los poetas, porque no los conozco a todos como para poder hacer una afirmación tan general, vivía recluido en su intimidad como los adolescentes, o dicho con más precisión, vivía recluido en su intimidad de adolescente. Hay palabras que se unen y crean. / Su unión siempre es fecunda. Quien las tenga / de huéspedes en el alma será salvo. / Decirlas es perderlas. Viven dentro. / Sus nombres son Silencio y Soledad, dice en uno de sus poemas tardíos. Al silencio y la soledad en que vivía habría que añadir el desasosiego. Ese desasosiego de la adolescencia de no encajar con el mundo ni consigo mismo. Cuando me enseñó su cuarto de trabajo en La Casería, me dijo que muchas tardes se encerraba allí y no conseguía escribir ni una sola línea. Tenía mucho que decir y no sabía cómo. La pasión amorosa, de tan pujante y caudalosa, se le agarrotaba entre el corazón y la pluma, se le quedaba dentro, doliéndole.

    En el piso de arriba había un gran retrato de Lourdes, un óleo de cuerpo entero, y al verlo dije que había una gran dulzura en el rostro, y Lourdes le dijo entonces a José Antonio ¡Y luego dices que nunca soy dulce! Y aquello lo entendí. El adolescente está necesitado de dulzura. A sus ochenta, a sus noventa años, José Antonio Muñoz Rojas necesitaba dulzura, infinita dulzura, porque no tenía el alma envejecida, seca, sino en carne viva.

José Antonio Muñoz Rojas y Lourdes Bayo en La Casería del Conde, Antequera, verano de 2004.

1 comentario:

  1. Recordandoles con gran y sincero cariño y con la mejor de mis gratitudes y agradecimiento. Antonio Yepes ( hijo).- Referencia.- Calle Velazquez,92(Porteria) en Madrid( Años 1954-1963).-Teléfono 619790180

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