Esquivando el acecho tenaz e inmisericorde de los vigilantes
he podido hacer esta única fotografía de la exposición La vanguardia aplicada (1890-1950), que ha organizado la Fundación
March. Al segundo intento me ha fulminado una prohibición inapelable. He
tratado ingenuamente de llevar el asunto al terreno jurídico: no se lesiona
ningún derecho, no se va a hacer ningún uso lucrativo de la imagen… todo da
igual: está prohibido. Ya lo decían antes los letreros de los bares, y de
manera igualmente contundente y arbitraria: el propietario del local se reserva
el derecho de admisión.
La exposición es excelente. Más espectacular, como es
lógico, en la aplicación de la vanguardia a los carteles que a la tipografía. Empezaba
el consumismo, y los cartelistas –al menos muchos de ellos, y desde luego todos
los que están aquí representados–, a la vez que inventaron el género de la
publicidad gráfica, lo elevaron a su nivel más alto. Un cartel como el que
aparece a la derecha de la fotografía –dibujado por Cassandre en 1925– no se ha
logrado superar en los casi noventa años que han transcurrido después. Con algunos
géneros pasa eso: que la evolución no es ascendente, sino descendente, o al
menos horizontal. También pasó en el tango. Gardel cantó las primeras piezas
del género y nadie ha logrado hacerlo mejor.
De Cassandre es también el cartel de abajo. Thomson. La mano de obra electrodoméstica.
Este es de 1931. Aunque Cassandre era pintor, y se dedicaba a hacer carteles
como actividad alimentaria, fue el primero en darse cuenta de que el cartelismo
publicitario no tenía nada que ver con la pintura, y tenía que alejarse lo más
posible de ella. Los carteles que hasta entonces habían hecho los modernistas
alemanes, los secesionistas austriacos y afichistas parisinos eran confusos con
tanto recargamiento pictórico, con tanta aglomeración de imágenes y palabras. Frente
a ese cartelismo pictórico, Cassandre inventó el cartelismo geométrico: figuras
simples, colores planos y el nombre del producto –sin eslóganes ni frases ingeniosas–.
Y sólo mayúsculas, que son las verdaderamente expresivas; las minúsculas son una
corruptela introducida por la escritura manuscrita.
Con tanto narcisismo de los publicitarios como hemos visto
en los últimos tiempos, las palabras de Cassandre no pueden resultar ser más acertadas:
“La pintura es un fin en sí mismo, pero el cartel es sólo un medio de
comunicación entre el fabricante y el público. El cartelista es como un
telegrafista: no se inventa el mensaje, simplemente lo transmite. No se le
pregunta su opinión; se le pide que establezca una comunicación clara, potente,
precisa. Un cartel tiene que dar respuesta a tres requerimientos: el óptico, el
gráfico y el poético”.
El tercer cartel que aparece en la fotografía es de Edward
McKnight Kauffer. Fuerza. El centro
neurálgico del metro de Londres. Es también de 1931. Kauffer es el
principal cartelista inglés, y se situó en la estela de Cassandre, pero no
aprendió de él lo más importante: la claridad. Las palabras “fuerza” y “metro”
tienen el mismo peso gráfico. El mensaje es confuso. ¿Qué está anunciando el
cartel, una compañía eléctrica o el metro de Londres? Además, la contraposición
de imagen y texto que predicaba Cassandre aquí es nula, porque la palabra
“tensión” y el brazo musculoso significan lo mismo. La primera regla de la
publicidad es que la imagen y el texto no coincidan.
El azar suele ser buen aliado, y quizá esta única fotografía
sea una de las mejores síntesis posibles de la exposición.
La
vanguardia aplicada, en la Fundación Juan March. Fotografía del 30 de
abril
El cartel de la derecha
anuncia el diario L'Intransigeant.
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