Cuando escribí la biografía de
Novalis puse un apéndice español que el editor, con razón, suprimió. Hay un
Novalis español. Un poeta prerromántico que murió con veinticinco años. Murió
de tuberculosis. No era sólo poeta, era también filósofo: cuando murió estaba
terminando una personalísima historia de la filosofía. Su geografía vital fue
muy reducida: apenas salió de su comarca natal. En su primera juventud leyó a
los clásicos griegos y latinos, y los imitó en sus primeros versos. Estudio
derecho, sin sentir en ningún momento vocación por las leyes. Estuvo en
relación epistolar con otros escritores de su generación. Se dedicó
apasionadamente a las ciencias, no sólo a la filosofía. Tuvo un amor frustrado
que dejó un rastro lírico en su obra. Era devotamente religioso. Su fortaleza
moral contrastó siempre con su debilidad física. En vida sólo publicó un poema
aislado y un conjunto de poemas reunidos en libro. Escribió fragmentos en prosa
que quedaron inéditos. De él se conservan sólo dos retratos: un cuadro en color
y un grabado sacado de aquél. Todo lo escrito en este párrafo valdría para
sintetizar la vida de Novalis y también la del español Manuel de Cabanyes.
A diferencia de Novalis, Cabanyes no
llegó a ejercer ninguna carrera jurídica. La enfermedad le mantuvo confinado en
la casa natal, la Masía d’en Parellada, siempre con la esperanza
de que el aire fresco que sopla desde macizo del Montseny le devolviera la
salud. La masía es una villa neoclásica, con una gran galería porticada, que
levantó un arquitecto italiano que se inspiró en las villas renacentistas de la Toscana. Está en una
colina del llano de Vilanova. Cabanyes murió en 1833, y poco después estalló la
primera guerra carlista. La masía quedó en el frente, y la abandonaron. Pasó
mucho tiempo hasta que volvieron a habitarla. En 1975, los nuevos Cabanyes que
eran dueños de la masía la vendieron al ayuntamiento de Vilanova i la Geltrú, que una década más
tarde la convirtió en museo dedicado a rememorar el ambiente del romanticismo.
Conserva el mobiliario original, al menos en la biblioteca y los dormitorios.
El jardín está probablemente más cuidado que entonces, y es posible que dos
grandes olivos y alguno de los cipreses y palmeras que rodean la masía fueran
jóvenes vástagos cuando Manuel de Cabanyes paseaba su languidez por la casa
familiar.
Cabanyes
publicó un solo libro, Preludios de mi
lira. En el prólogo expresa su dificultad para escribir en castellano.
Maragall escribió, refiriéndose a Cabanyes y otros poetas catalanes que no se
atrevieron a expresarse en su lengua materna: “Hay en ellos un no sé qué de
austeridad catalana en el sentimiento, y de noble sobriedad en el lenguaje que
equivale a lo mejor de la influencia clásica, a expensas, sin embargo, de la
emoción poética, que sólo brota palpitante y comunicativa cuando el poeta habla
en vivo, esto es, en su lengua íntima”.
No hay tosquedad en Cabanyes, pero
sí una cierta dureza, embridada además por los ecos neoclásicos, “una cierta
dureza simpática”, como dice Maragall. Azorín escribió: “La primera impresión
que se tiene al leer a Cabanyes es de extrañeza: no lo comprendemos. Hay que
leer dos y aun tres veces; en la segunda lectura, en la tercera, Cabanyes es
nuestro; nos entregamos por entero, con amor, con pasión, al poeta. Hay en
Cabanyes exceso de erudición, exceso de transposiciones. Leído Cabanyes desde
el escenario de un teatro, el público no lo entendería: subyugaría, con todo,
por la magia de su música. No podemos dejar de hablar de romanticismo en Cabanyes:
escribe ya dentro de la tolvanera romántica. No existe en Cabanyes
desmelenamiento; no se esparce; no se derrama; no se disipa. Esencial es en
Cabanyes la concentración, el refrenamiento”.
Ya en la primera estrofa del primer
poema de los Preludios aparece un
“arpa solitaria”: es como un clarinazo que anuncia la filiación romántica del autor.
Sobre sus cantos la expresión del alma
Vuela sin arte: números sonoros
Desdeña y rima acorde; son sus versos
Cual su espíritu, libres.
Lo curioso es que ese desdén hacia
los “números sonoros” y la “rima acorde” no pasa de ser un manifiesto poético.
Luego no lo cumple. En la breve obra de Cabanyes predomina la estrofa sáfica
—tres endecasílabos y un heptasílabo— y las largas series de endecasílabos
blancos.
A diferencia de los románticos
posteriores, más mundanos, Cabanyes es, como Novalis, un hombre religioso. Pero
hay también en los versos de Cabanyes, como en los de Novalis, una exaltación
mística de la amada, muy del gusto romántico.
No hay dos poetas iguales, y por muy
paralelas que sean sus vidas, sus versos suenan de manera muy distinta. El
apéndice español resultaba disonante.
Retrato de Manuel
de Cabanyes, por Sinibaldo de Mas.
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