Quien visite la casa que
Schiller tenía en las afueras de Jena, podrá leer en dos placas clavadas en una
fachada lateral, la historia de la casa. En una de las placas se habla del
poeta, y en la otra de un jurista que le compró la casa en 1802. Los visitantes
conocen al gran poeta, pero pocos, probablemente muy pocos o casi ninguno, al
jurista.
Schiller tenía, además de esta, otras dos casas más, una en el centro de
Jena y otra en Weimar. La de Weimar, que estaba muy próxima a la de Goethe, es
hoy un museo dedicado a él. En esta casa con jardín de las afueras de Jena,
Schiller pasaba sólo algunas temporadas, aunque escribió en ella algunas de sus
mejores obras, y a ella vinieron –e incluso residieron– sus mejores amigos.
Aquí estuvo Novalis durante varias semanas cuidando de Schiller, junto a la
cabecera de su cama, cuando éste sufrió a principios de 1791 un agravamiento de
la tuberculosis. Aquí se encontraron Goethe y Hölderlin, un encuentro desdichado, en que Hölderlin
estuvo conversando torpemente con el poeta-ministro sin reconocerle, lo que
marcó su relación posterior.
El profesor Anton Friedrich Justus Thibaut, que acababa de aceptar una
cátedra de derecho romano en Jena, se vino a vivir a esta casa con su mujer y
con su hija. Paseando por el jardín meditaba sobre los graves problemas que se
habían planteado los juristas antiguos e interpretaba los textos, muchas veces
crípticos, en que esos juristas habían formulado las soluciones. Sentado luego
en su mesa de trabajo redactaba sus propias reflexiones. En esta casa de Jena
escribió Thibaut su gran tratado de derecho romano.
Junto a la mesa de trabajo, siempre repleta de libros y papeles, estaba el
piano. Cuando se cansaba de pensar y escribir, se sentaba al piano y tocaba las
partituras de Palestrina, de Tomás Luis de Victoria y de otros grandes
polifonistas del Renacimiento, además de las obras de dos compatriotas suyos a
los que veneraba, Bach y Händel. Esa no era, desde luego, la música que estaba
de moda en los primeros años del siglo XIX. En Alemania soplaban ya los vientos
arrebatados del Romanticismo.
En la mente humana no hay muros infranqueables, y esa doble vocación
científica y artística de Thibaut se refleja en toda su obra. Sus libros de
derecho rebosan sensibilidad, y sus páginas sobre música tienen un rigor
conceptual que no es habitual en las obras del género.
Una de las palabras que más repite Thibaut es la de pureza. Toda actuación
del hombre tiene que estar guiada por la Reinheit:
desde la composición y ejecución de una partitura musical hasta la redacción y
aplicación de una norma jurídica, o incluso la concepción de las ideas o vivencia
de los sentimientos. Por las fechas en que Thibaut escribía, la palabra Reinheit, que luego se generalizaría, era
un neologismo. Empezaba a coexistir con la palabra Reinigkeit –la única de ambas que aparece en el diccionario alemán
más usado en esos años de entresiglos, el de Joseph Adelung, de 1786, reeditado
varias veces–. El neologismo Reinheit
tenía un sentido más elevado, más espiritual. Quizá su equivalente más preciso
en español sería el término pulcritud: es decir, delicadeza, esmero y belleza a
la vez. Con el paso de las décadas, la palabra Reinheit que emplea Thibaut acabaría desplazando a la palabra Reinigkeit, que hoy ha desaparecido de
los diccionarios, en los que sólo queda el verbo reinigen, pero no el sustantivo. Goethe, por las mismas fechas en
que Thibaut escribía, hablaba de la Reinheit
der Seele, la pulcritud del alma.
Esa pulcritud del alma es lo que caracteriza la vida y la obra Thibaut. Y eso
se lo pone difícil al biógrafo. Porque los espíritus atormentados y las vidas
zigzageantes dan más materia a una biografía que los espíritus serenos y las
vidas lineales. No se trata de aquello que decía Gide de que con buenos sentimientos no se hace buena literatura, entre otras cosas porque es
falso: con buenos y con malos sentimientos se puede hacer buena literatura. La
obra de Thibaut está hecha con buenos sentimientos y es buena: basta con leer
cualquiera de sus páginas jurídicas o musicales para comprobarlo. Pero la vida
serena y ordenada como la suya, sin apenas salidas de de la ciudad en que vivía,
y centrada en el cumplimiento de los deberes profesionales, hacen que la materia
biográfica quede muy reducida. Por eso es breve mi libro Thibaut y las raíces clásicas del Romanticismo, que se presentó
anteayer, aunque espero que al menos emane de él la hondura y la cercanía del
personaje.
La Gartenhaus de las afueras de Jena que Schiller vendió a Thibaut en
1802
|