sábado, 13 de octubre de 2012

UNA ESPIRAL DE LUZ


Sin sacarlo de la cartera –aunque no habría hecho falta, porque me lo sabía de memoria– me traje de Roma, bien doblado, el papel escolar en que llevé las señas: R.A., Viale dei Colli, 19. Volví sin atreverme a llamar a la puerta romana del poeta por timidez, porque ilusión sí tenía. Muchos años más tarde, lo que llevaba en la cartera, con la decisión esta vez de llamar sin excusas a su puerta madrileña, era la fotografía de un cuadro suyo. Pero no hizo falta. Abajo, en una cafetería de la plaza de los Cubos, vestido de sí mismo –grueso chaleco de colores, bufanda y gorra–, frente a una taza de café y una bandeja de churros, estaba Rafael Alberti. Cuando vio la fotografía me dijo: “Si es un óleo sobre lienzo… es de las primeras cosas que hice, porque enseguida me pasé al papel. Guárdalo bien –y sonreía– porque vale mucho”. Y casi leí en su gesto un pensamiento sombrío sobre las vicisitudes de una vida llena de ausencias. Porque, ¿qué vueltas habría dado por España, mientras él no estaba, aquel cuadro? Cuando volvió a mirar por segunda vez la fotografía, fijamente, dijo en voz baja, como para sí mismo, con la misma voz grave con que recitaba: “Una espiral de luz…”

            Pensé entonces que a la vez que bautizaba al lienzo, lo relacionaba con un poema suyo. Busqué afanosamente y aquel poema no aparecía. Durante treinta años he creído que esas cuatro palabras formaban parte de algún poema, y que acabaría encontrándolo. Ahora se ha aclarado el enigma. No hay tal poema. En el año 1968, Alberti le regaló a Manuel Augusto García Viñolas un dibujo que representa en espiral una escena taurina, y en torno a ella las palabras –pintadas, al modo de sus liricografías de esa misma época– Una espiral de luz, sombra y viento. El dibujo estuvo colgado durante décadas en la casa de García Viñolas de la calle de Ibiza. Y poco antes de morir, casi centenario, el año pasado, lo regaló a la Fundación Mapfre. El óleo y el dibujo –cada uno con su peripecia y con su espiral − estuvieron asociados, al menos un instante, en la memoria de Rafael Alberti. 


“Una espiral de luz…”

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