Sin sacarlo de la cartera –aunque no
habría hecho falta, porque me lo sabía de memoria– me traje de Roma, bien
doblado, el papel escolar en que llevé las señas: R.A., Viale dei Colli, 19. Volví
sin atreverme a llamar a la puerta romana del poeta por timidez, porque ilusión
sí tenía. Muchos años más tarde, lo que llevaba en la cartera, con la decisión
esta vez de llamar sin excusas a su puerta madrileña, era la fotografía de un
cuadro suyo. Pero no hizo falta. Abajo, en una cafetería de la plaza de los
Cubos, vestido de sí mismo –grueso chaleco de colores, bufanda y gorra–, frente
a una taza de café y una bandeja de churros, estaba Rafael Alberti. Cuando vio
la fotografía me dijo: “Si es un óleo sobre lienzo… es de las primeras cosas
que hice, porque enseguida me pasé al papel. Guárdalo bien –y sonreía– porque
vale mucho”. Y casi leí en su gesto un pensamiento sombrío sobre las
vicisitudes de una vida llena de ausencias. Porque, ¿qué vueltas habría dado
por España, mientras él no estaba, aquel cuadro? Cuando volvió a mirar por
segunda vez la fotografía, fijamente, dijo en voz baja, como para sí mismo, con
la misma voz grave con que recitaba: “Una espiral de luz…”
Pensé entonces que a
la vez que bautizaba al lienzo, lo relacionaba con un poema suyo. Busqué
afanosamente y aquel poema no aparecía. Durante treinta años he creído que esas
cuatro palabras formaban parte de algún poema, y que acabaría encontrándolo.
Ahora se ha aclarado el enigma. No hay tal poema. En el año 1968, Alberti le
regaló a Manuel Augusto García Viñolas un dibujo que representa en espiral una
escena taurina, y en torno a ella las palabras –pintadas, al modo de sus
liricografías de esa misma época– Una
espiral de luz, sombra y viento. El dibujo estuvo colgado durante décadas
en la casa de García Viñolas de la calle de Ibiza. Y poco antes de morir, casi
centenario, el año pasado, lo regaló a la Fundación Mapfre. El óleo y el dibujo
–cada uno con su peripecia y con su espiral − estuvieron asociados, al menos un
instante, en la memoria de Rafael Alberti.
“Una espiral de luz…”
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