sábado, 20 de octubre de 2012

AL DICTADO DE LOS MUERTOS


       González Ruano pensó escribir una novela sobre esta casa en la que escribo y vivo, y en la que todos los vecinos nos moveríamos como autómatas, cumpliendo ciegamente la voluntad de los muertos. Porque esta casa está construida sobre un cementerio. Y aunque muertos y bien muertos, los enterrados seguirían mandando sobre los vivos, que para algo nos sirven de fundamento y nos sostienen en pie sobre sus tumbas.

       Era el cementerio de San Martín y San Ildefonso. Uno de los más lujosos de Madrid, con entrada porticada y dos pabellones hexagonales destinados a capilla y a vivienda del guarda. Lo construyó Wenceslao Graviña en 1849. Aquí hubo muertos ilustres, como el pintor Rosales y el escritor Fernández de los Ríos. A veces cedía el terreno, se abrían las tumbas y aparecían los huesos. Dice el escritor José Gutiérrez Solana que alrededor del cementerio vivía la gente “criando gallinas, tristes y flacas como ellos mismos”. Era un arrabal de desmontes y cuevas.

       A principios del siglo XX se pensó convertir el cementerio en jardín, conservando el pórtico, la capilla y la casa del guarda, derribando las galerías de nichos y trasladando a los muertos. El proyecto incluía la construcción de una gran plaza central, que se denominaría Jardín Elíptico, donde se colocarían estatuas de alcaldes madrileños, y se mantendrían los patios del cementerio, pero adornados con fuentes. El proyecto no se llevó a cabo. Cuando el cementerio estaba oficialmente clausurado, la gente siguió trayendo a sus muertos. Luego llegó la guerra civil y el cementerio se convirtió en frente. Parapetados en las tumbas, los soldados se disparaban con fusiles y se tiraban granadas, mientras se veían las caras de cerca.

       Así que el cementerio no sirvió ya ni para jardín. Estuvo unos años en ruinas y luego se vació, y en una parte se construyó esta casa y en otra se levantó el estadio Vallehermoso. Algunos cipreses del cementerio quedaron en pie, y aún siguen. En el estadio hemos corrido los niños del último medio siglo, hemos jugado a relevos y hemos dado saltos de longitud.

       Hace unos años han derribado el estadio Vallehermoso, y ahora es un gran agujero. No sé si habrán aparecido más muertos. Veo salir los camiones con tierra, y a veces pienso si no se llevarán a algunos, a los rezagados sin familia. Están llenando el barrio de polvo, y quizá en este polvo grisáceo haya calaveras molidas por el tiempo.

       Y creo que sí, que los muertos siguen mandando sobre los vivos. A veces, cuando escribo cosas tristes, pienso: es mi muerto, el de la vertical de este despacho. A veces, en el ascensor, a los vecinos les veo la cara de su muerto, el que les corresponde según esté emplazada la alcoba en la que duermen, todas a una altura mayor o menor sobre una tumba.


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