Quien haya oído alguna vez un clavicordio, pero no haya
leído a Maria Victoria Atencia, puede hacerse una idea precisa de cómo suenan
sus versos. Hay pocas partituras de clavicordio y hay pocos poetas como María Victoria
Atencia. La razón es la misma. Se prefiere, frente a la levedad, la
contundencia. Las notas del clavicordio y los versos de María Victoria Atencia
son un murmullo. Hay que estar muy atento para oírlos. Insinúan, no dicen. Aluden,
no proclaman. Sugieren, no afirman.
Desde las ventanas de María Victoria Atencia se ve el mar. Escribe
siempre de madrugada. Pero no me la imagino –a esa hora de entreluces− frente a
una cuartilla en blanco, sino frente a un teclado de marfil. Extiende sus manos
sobre las teclas, y salen unos versos. Versos con trinos, con mordentes, con
arpegios, con acordes levísimos. El sonido se apaga nada más pulsadas las
teclas. No queda, en el aire, un eco: sólo un aroma.
Desde las ventanas de María Victoria Atencia no se oye el
mar. Se ven las olas mudas alzándose, cayendo, rompiéndose en borbotones de
espuma. Creemos oírlas, pero no, sólo lo imaginamos. Las olas y los versos se
enlazan en una misma melodía, aunque no la percibimos: la soñamos. María Victoria
Atencia dedica las madrugadas a trenzar el silencio de las olas con el de sus
versos, y luego imprime las huellas de esa música callada en pequeñas ediciones
no venales. En eso ha consistido, durante mucho tiempo, la obra de María
Victoria Atencia. Es un milagro que la conozcamos, porque ella no lo ha buscado.
Ha escrito sólo hacia dentro, hacia sí misma. Quizá consista en eso la
verdadera poesía.
María Victoria Atencia tiene esa dulzura tropical de los
andaluces mediterráneos, y a la vez la sobriedad de quien escribe con versos
medidos y con palabras pensadas. Cuando habla, su rostro y su voz sonríen a la
vez, pero es una sonrisa que viene de un
fondo de nostalgia. Porque María Victoria Atencia habla casi siempre en plural
y en pasado: porque cuando nosotros…
Y al decir cuando nosotros aparecen a un tiempo, reunidos
hace más medio siglo, un grupo de poetas jóvenes que discuten con entusiasmo si
publicar o no un determinado poema en
Caracola, mientras espera al lado el papel blanquísimo y la minerva en
silencio.
Ayer nos fue señalando desde lo alto su personal geografía
malagueña: allí vivió Bernabé, aquí se vino a vivir don Jorge y un poco más
allá está su glorieta y su busto, aquí abajo vivió Vicente, allá al fondo se
compró un piso Dámaso… Y lo decía como si todos acabaran de llegar, como si luego,
al bajar de la altura, fuéramos a encontrarlos a todos paseando por la plaza de
la Catedral y por la calle Larios, entre la multitud bulliciosa que apuraba la
soleada tarde del domingo.
Que María Victoria Atencia viva junto al faro –junto a la
farola, como la llaman los malagueños− parece como si no fuera azar: porque
allí está también ella, sola, erguida, irradiando luz con su sonrisa, iluminando
con su recuerdo a aquel grupo de jóvenes poetas que ya sólo habitan en su
memoria.
María Victoria Atencia, el 30 de septiembre de 2012, con el fondo de la catedral y el monte de Gibralfaro. |
Leer su blog hoy es contagiarme el deseo de leer a la poeta
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