Más que la coincidencia en el nacimiento impresiona la
coincidencia en la muerte. Porque nacemos igual, pero morimos distinto. La
muerte es un acto personal que sorprende –sorprende siempre− en edad y
circunstancia diversa. Cuando murió Azorín, el día tres de marzo de 1967, murió
Miguel Parejo Nieto, mayoral de la Plaza de Toros de Madrid. Miguel Parejo
Nieto no sabía leer ni escribir, y su vida, desde que era niño, la pasó en los
toriles, entre el olor acre de toros y cabestros, y el aroma a campo de la
cebada y la avena que él mismo echaba en los comederos. Miguel Parejo Nieto se
asomaba a su mundo –que era el albero, el redondel− a través del callejón y la
puerta de arrastre, y de todo lo demás, que no era su mundo, se abstenía. Cuando
murió Azorín y murió Miguel Parejo Nieto, murió también el niño Ignacio Sáenz
Regalado, de dos años. En la esquela figuran sus padres, sus abuelos, una
bisabuela y las dos niñeras que le cuidaron en los últimos días. También murió José
Luis García Enríquez, que tenía veinticinco años y era perito agrícola. Se iba
a casar con su novia, que se llamaba Cayetana y la llamaban Tana.
Ayer encontré algo que creía perdido desde hace mucho
tiempo: las fotografías que hice en el entierro de Azorín. Yo tenía trece años
y fui al entierro con una máquina fotográfica. Me dejaron subir a la casa, pero
no me atreví a hacer fotos. Presencié unas ceremonias silenciosas que se
desarrollaron ante el féretro. El féretro estaba en un pequeño cuarto sin
ventanas, iluminado por una lámpara de techo. Las fotografías las hice en la
calle. Ni en la calle ni en la casa reconocí a nadie. He tenido que mirar los
periódicos de entonces para saber quién estuvo. Estuvieron tres ministros, varios
alcaldes y gobernadores civiles, y la corporación municipal de Madrid en pleno,
precedida por maceros. En cabeza de la comitiva iba un coche con dieciocho
coronas. Guardias municipales con uniforme de gala escoltaban la carroza
fúnebre.
Mientras la multitud avanzaba trabajosamente por la carrera
de San Jerónimo para despedir a Azorín, sacaban de la Plaza de las Ventas el
cadáver de Miguel Parejo Nieto, camino del cementerio del Este, y de su casa de
la calle de O’Donnell al niño Ignacio Sáenz Regalado. Cuando llegaron, al mismo
tiempo, a la sacramental de San Isidro, Azorín y José Luis García Enríquez,
nadie pensó que habían quedado unidas por la muerte dos vidas tan distintas,
que cuando terminaba una empezaba la otra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario