Una conocida casa de
subastas sacó a la venta hace unos años un extraño lote de papeles manuscritos.
Eran de un mismo autor y parecían cogidos al azar, como si alguien hubiese
metido la mano en un cajón y hubiese sacado un fajo que consideraba, sólo por
su volumen, suficiente. Había hojas de un diario escritas a pluma, el prólogo y
las primeras páginas a lápiz de un libro, unas notas genealógicas, una tarjeta
de visita –lo único impreso– en que el titular se atribuía un título nobiliario
que ni le habían concedido ni había heredado, y varios poemas. Aquel lote no
interesó a nadie, y al día siguiente de celebrarse la subasta se puso a la
venta por el precio de salida. Más allá del valor que aquellos papeles pudieran
tener por tratarse de manuscritos, estaba el valor de los poemas, por ser
inéditos y por tener una amable y despreocupada espontaneidad. La mano que con
evidente inquietud caligráfica –mantenida a lo largo de los años, porque
aquellos papeles eran de épocas muy distantes– había ido trazando una letra
tras otra, y todas ellas separadas entre sí, era la de César González Ruano. Sólo
un poema se alejaba de la espontaneidad de sus compañeros de fajo, y tenía una
–al menos aparente– preocupación metafísica. Es este poema:
Pensé
con las raíces descubiertas
de
buscar mi verdad, que la tenía
un
poco más allá donde no quise
echar
raíz entonces.
Me
consolé pensando que la sombra
de
mi mentira daba al sol entero
la
dimensión de mi verdad crecida
un
poco más allá, en donde hubiera
sido
rosa y raíz, raíz de rosa
si
lo hubiera sabido,
pero
no angustia y sombra de la angustia,
no
este acertar sombrío
hijo
de haber equivocado
de
sitio la verdad aun no nacida
cuando
pude elegir su nacimiento.
Como sucede con los
textos metafísicos, este poema requiere varias lecturas para captar plenamente
su sentido. Haga el lector esas varias lecturas para entender el poema. Vuelva
a él las veces que haga falta. Una vez hechas las lecturas, puede que acabe
sospechando, con algo de sorpresa, que el poema, más allá de ciertas graciosas florituras
verbales –“donde hubiera sido / rosa y raíz, raíz de rosa”, “pero no angustia y
sombra de la angustia”–, no dice nada.
Y sin embargo este poema inédito, esta
hoja manuscrita que Ruano dejó descuidadamente entre sus papeles, es un
estupendo autorretrato, quizá el mejor de un autor que se está revelando y
desvelando en cada una de las miles de páginas que escribió. Este fidelísimo
espejo de quince versos refleja una mueca de despreocupado cinismo, el gesto de
un vitalista al que ninguna preocupación le aleja de su satisfacción de vivir.
Y menos que ninguna, la preocupación por la verdad. Quizá eso no importe, quizá
sin esa preocupación se pueda hacer buena literatura. Puede ser. La verdad es
que, a pesar de esa despreocupación, a pesar de los errores gramaticales de
bulto en que incurre a veces, a pesar de cierto lirismo hecho –adrede− de cartón piedra y flores de percal, admiro cada día más
a CGR.
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