jueves, 6 de septiembre de 2012

HABER EQUIVOCADO DE SITIO LA VERDAD


            Una conocida casa de subastas sacó a la venta hace unos años un extraño lote de papeles manuscritos. Eran de un mismo autor y parecían cogidos al azar, como si alguien hubiese metido la mano en un cajón y hubiese sacado un fajo que consideraba, sólo por su volumen, suficiente. Había hojas de un diario escritas a pluma, el prólogo y las primeras páginas a lápiz de un libro, unas notas genealógicas, una tarjeta de visita –lo único impreso– en que el titular se atribuía un título nobiliario que ni le habían concedido ni había heredado, y varios poemas. Aquel lote no interesó a nadie, y al día siguiente de celebrarse la subasta se puso a la venta por el precio de salida. Más allá del valor que aquellos papeles pudieran tener por tratarse de manuscritos, estaba el valor de los poemas, por ser inéditos y por tener una amable y despreocupada espontaneidad. La mano que con evidente inquietud caligráfica –mantenida a lo largo de los años, porque aquellos papeles eran de épocas muy distantes– había ido trazando una letra tras otra, y todas ellas separadas entre sí, era la de César González Ruano. Sólo un poema se alejaba de la espontaneidad de sus compañeros de fajo, y tenía una –al menos aparente– preocupación metafísica. Es este poema:

Pensé con las raíces descubiertas
de buscar mi verdad, que la tenía
un poco más allá donde no quise
echar raíz entonces.
Me consolé pensando que la sombra
de mi mentira daba al sol entero
la dimensión de mi verdad crecida
un poco más allá, en donde hubiera
sido rosa y raíz, raíz de rosa
si lo hubiera sabido,
pero no angustia y sombra de la angustia,
no este acertar sombrío
hijo de haber equivocado
de sitio la verdad aun no nacida
cuando pude elegir su nacimiento.

         Como sucede con los textos metafísicos, este poema requiere varias lecturas para captar plenamente su sentido. Haga el lector esas varias lecturas para entender el poema. Vuelva a él las veces que haga falta. Una vez hechas las lecturas, puede que acabe sospechando, con algo de sorpresa, que el poema, más allá de ciertas graciosas florituras verbales –“donde hubiera sido / rosa y raíz, raíz de rosa”, “pero no angustia y sombra de la angustia”–, no dice nada.

Y sin embargo este poema inédito, esta hoja manuscrita que Ruano dejó descuidadamente entre sus papeles, es un estupendo autorretrato, quizá el mejor de un autor que se está revelando y desvelando en cada una de las miles de páginas que escribió. Este fidelísimo espejo de quince versos refleja una mueca de despreocupado cinismo, el gesto de un vitalista al que ninguna preocupación le aleja de su satisfacción de vivir. Y menos que ninguna, la preocupación por la verdad. Quizá eso no importe, quizá sin esa preocupación se pueda hacer buena literatura. Puede ser. La verdad es que, a pesar de esa despreocupación, a pesar de los errores gramaticales de bulto en que incurre a veces, a pesar de cierto lirismo hecho –adrede− de cartón  piedra y flores de percal, admiro cada día más a CGR. 


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