Doscientas treinta y ocho páginas en que el autor desgrana −en
sentido literal, porque la deshace grano a grano− una pasión amorosa. Tiene
esta obra algo de alquimia culinaria, o de escrutinio científico −con la mirada
en el ocular de un microscopio− de los ingredientes de una pasión que aparece
en la primera página y se mantiene en alto, sin desfallecimiento, hasta la
última. Es una pasión madura, pero no otoñal. Luminosa, pero no cegadora. Consciente,
pero no cerebral.
No sabemos la edad de Laura y Mateo, porque no se dice en
ningún momento. Pero es una felicidad tan serena la que viven, que tiene tres
dimensiones, y la tercera dimensión es el tiempo. El tiempo que han vivido: la
madurez. No es un trampantojo, como la pasión juvenil, que parece tener una
profundidad que no tiene. Por más que los jóvenes crean lo contrario, su amor
es plano. Un espejismo les hace creer que tiene una hondura abismal, pero es un
error. Y un peligro. Es plano.
Cuando en el título se habla de sueño, no se hace en el sentido de ilusión que tiene la palabra (cosa que carece de realidad o fundamento, y, en especial, proyecto,
deseo, esperanza sin probabilidad de realizarse, como dice el diccionario
en una de las acepciones de la palabra sueño), sino en otro sentido, que
es precisamente el contrario: el de una realidad tan insospechada, tan poco
frecuente, que no parece real. Como cuando se dice estoy viviendo un sueño. Es llamativo que esta acepción se les haya
pasado por alto a los filólogos que hacen el diccionario.
Mojado por tus labios:
es el ingrediente corporal de la pasión. Cuerpo, todo cuerpo es poco. Porque el
espíritu se expresa con el cuerpo, el cuerpo es el lenguaje del espíritu, el
cuerpo es el único modo que tiene el espíritu de decir lo inefable, de contar lo
indecible. Una caricia será siempre más
expresiva que una palabra. No hay nada –nada− que diga más que una caricia, porque
no hay nada –ningún idioma tan elocuente e inspirado− que diga tantas cosas, y tan
bien dichas.
¿Se puede llamar argumento al viaje que hacen los
protagonistas, Laura y Mateo? Probablemente no. Su viaje es, simplemente, la
realidad de su vida. Somos viajeros. Es nuestro estado: status viatoris, decían los antiguos. No sabemos, además, a dónde
viajan Laura y Mateo. No sabemos si van por países lejanos, si están
recorriendo los pasillos de su casa, o si están andando, simplemente, por un
camino al atardecer. Van juntos y solos. Ese es su paseo. Su vida. El argumento
de su pasión. Con eso les basta.
No sé si esto es una novela. De serlo, estaría próxima a los
Bildungsromane o los Entwicklungsromane, aunque en este caso
narraría un viaje estático. Porque donde hay amor no hay tiempo. Y donde no hay
tiempo no hay viaje. No, no hay viaje sin calendario, sin etapas, sin ciudades
de llegada y ciudades de destino, sin paisajes que quedan atrás y paisajes que
esperan delante. La pasión, sin embargo, aunque dure toda una vida, sólo tiene
un paisaje. De infinita riqueza, pero uno solo. Como la eternidad,
probablemente.
[Reseña de J.V.] Revista literaria IN FIERI. Fieras que aún no
rugen. Libros por escribir. Número de verano de 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario