sábado, 4 de agosto de 2012

UNA IMAGEN DE ABRIL


       Hice esta foto en abril pensando en agosto, como quien ahorra unas monedas preparando un gasto futuro. Trataba de prolongar –de un modo tan ficticio, hélas! – uno de esos momentos en que la luz, la temperatura y unas pocas gotas de lluvia, inesperadas y frescas, provocan por sí solas la felicidad de los transeúntes. Posiblemente todos los que en ese momento andábamos frente al Retiro, y de una manera más o menos visible, sonreíamos. Las nubes grises dejaban ver un retazo de azul. Las hojas recientes de los árboles, pequeñas y pálidas aún, recibían el saludo amistoso de la primavera. El trote inmóvil del caballo cobraba vida con el brillo del agua sobre el bronce. Olía a tierra húmeda, ese olor que cala de inmediato en lo más íntimo, que parece evocar en nosotros vivencias ancestrales, de antepasados remotos que vivieron identificados con la naturaleza que los albergaba y sostenía.

       Y ahora que ha llegado agosto, vemos que el ahorro de abril se ha convertido en una calderilla sin valor, en un puñado de céntimos con el que no se puede comprar nada. Porque nada puede el frescor de una imagen frente al sol sin piedad de estas tardes en que el verano impone su ley implacable. 

La calle de Alcalá, el parque del Retiro, la estatua de Espartero…

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