Se ha destruido tanto Madrid que debería ser una
preocupación de las autoridades locales devolver a la ciudad algo de lo mucho
que se le ha quitado. En los almacenes municipales hay fuentes desmontadas,
estatuas mutiladas, bancos mellados, columnas que han perdido sus basas y
capiteles, lápidas que sólo pronuncian ya sus textos memoriales a la penumbra
de los sótanos. Todo debería recomponerse y colocarse de nuevo donde estuvo. Eso
sería remadrileñizar. Eso, y sobre todo, ser lo más fiel posible al verdadero
Madrid, que es el del siglo XIX.
Porque, por mucho que el tópico se empeñe, Madrid no es una
ciudad de los Austrias. Cuando se ha restaurado algún edificio de esa época,
como la Casa de las Siete Chimeneas, ha quedado como un elemento exótico, cuyo
madrileñismo no reconoce nadie. Madrid es una ciudad del siglo XIX que arrastra
unos pocos vestigios del siglo precedente. La verdadera fisonomía de Madrid está
en esas sencillas fachadas de ladrillo con balcones de hierro. Y de cuando en
cuando un discreto alarde suntuario en piedra berroqueña: una fuente, una
estatua, un banco, una columna, una lápida.
Me he encontrado esta semana, rebuscando en un cajón del
Rastro bajo el peso del aire sólido de agosto, con la única fotografía que se
conserva de la Puerta de Recoletos. La hizo en el año 1856 un fotógrafo
francés, Joseph Carpentier. La puerta se derribó tres años más tarde. Se dice
en algún libro que el derribo se debió al mal estado de la puerta. Juzgue el
lector cuál era ese estado sólo tres años antes del derribo. No. La causa ha
sido la de siempre, la insensibilidad de las autoridades municipales, tan
acreditada a lo largo de la historia, que no ha dudado en arrasar cualquier
cosa de valor por otros intereses que nada tenían que ver con la estética.
Era muy hermosa la Puerta de Recoletos, y de las muchas
puertas y portillos que aún conservaba Madrid en los años centrales del siglo,
esta entrada de la ciudad era la más apreciada por los vecinos después de la
Puerta de Alcalá, que siempre ocupó, con razón, el primer puesto en la estima
de los madrileños.
Esta imagen, y algún grabado que se conserva de la Puerta de
Recoletos, tienen detalle suficiente para reconstruirla. Hace unos años se hizo
con la Puerta de San Vicente. Debería hacerse ahora con la Puerta de Recoletos.
Su emplazamiento estaba entre dos lienzos de la vieja tapia, los que cerraban
Madrid por el norte; en lo que hoy es la plaza de Colón. Dejemos al descubridor
en su lugar, para no marearle más. Hay sitio para la puerta en los jardines de
al lado. Es verdad que al fondo están las tres moles que conmemoran el
descubrimiento. Quizá haya espacio para todos, aunque podría darse a la Puerta
de Recoletos mayor holgura con tres cargas controladas de dinamita. Y si esta
solución violenta la propiedad intelectual, podrían trasladarse las tres moles,
que por lo visto tienen unos nombres ampulosos −Las Profecías, La Génesis y El Descubrimiento−
a algún cerro de las afueras, donde luciría toda su grandiosidad casi
prehistórica.
Puerta de Recoletos. Fotografía de 1856. El original se conserva en la Biblioteca Nacional
de Francia.
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