Sí, algo más sobre los ocnófilos y los filobates. Por si el
lector se ha sentido ocnófilo o filobate, quizá le interese saber más de sí
mismo:
Los ocnófilos prefieren una tarde junto a la chimenea,
viendo crepitar los leños, que hacer un largo viaje lleno de aventura.
Prefieren las relecturas a las lecturas de libros nuevos.
Prefieren morir en la tierra propia a morir en tierra
extraña, y una vez muertos, prefieren el panteón familiar a una losa cualquiera.
A los ocnófilos les gustan las cosas, las fechas, los
recuerdos.
No les gustan las montañas rusas, el paracaidismo, el
alpinismo, las novelas policiacas, las películas de terror.
Tampoco les gusta la inmensidad, ni el vacío, el desierto, o
la alta mar.
No les gusta la velocidad, ni las cimas, las simas o el
peligro.
El filobate quisiera conquistar el mundo, y el ocnófilo se
siente conquistado por el mundo.
El filobate confía en las fuerzas de la naturaleza y en las
propias, y el ocnófilo desconfía de unas y de otras.
El filobate prefiere improvisar y el ocnófilo planear.
El filobate prefiere la justicia al orden, y el ocnófilo, el
orden a la justicia.
Aunque se podría pensar que el filobate siente mayor
seguridad en sí mismo que el ocnófilo, es al revés, porque el felibate necesita
la aventura constante para afirmarse, y el ocnófilo se siente afirmado en su
rincón tranquilo.
El ocnófilo usa el mapa para
imaginar viajes, y el filobate para viajar a lugares remotos.
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