Tiene que dar gracias el lector de que no cuente los sueños,
que es algo tan socorrido cuando no hay vida exterior −como sucede en estos
días−, y sólo cuente de cuando en cuando algo que se parece: lo que oigo/sueño
en la duermevela de la madrugada por alguna de las emisoras extranjeras que uso
como somnífero. Un psicoanalista húngaro –decían esta noche en una emisora
alemana− ha dividido a la humanidad en ocnófilos y filobates. Parece que todos
estamos irremediablemente en uno o en otro grupo, y que nadie escapa de esa
radical dicotomía que a la vez nos separa y nos reúne.
¿Sabes tú, lector amigo, si eres ocnófilo o filobate?
Por la mañana he comprobado que esas palabras no existen. No
existen en español, quiero decir. Son dos neologismos inventados por el
psicoanalista húngaro, aunque les haya dado una noble raigambre griega. No están
en el diccionario, y no aparecen tampoco en los buscadores, así que en el ancho
mundo de nuestro idioma no se han utilizado nunca. Y es raro, porque en
internet acaba apareciendo todo, aunque sea en una remota página guatemalteca. Pruebe
el lector a combinar arbitrariamente tres o cuatro sílabas, y comprobará que
alguien ha inventado antes la palabra. Pues bien: nadie ha hablado, entre
nosotros, de los ocnófilos y los filobates.
Y le confieso al lector que soy ocnófilo, aunque, como
sucede siempre –porque sólo se envidia lo que no se tiene−, me gustaría ser
filobate.
Lo que diferencia a unos y otros es la distancia. Al
filobate le gustan las distancias y al ocnófilo no. El ocnófilo se queda, y el
filobate se va. El filobate encuentra la felicidad alejándose, y lo hace tan
alegremente, que es él quien tiende el puente de plata, porque sabe quedar bien
con quienes abandona. El filobate tiene que andar cambiando de todo: de casa,
de ciudad, de trabajo, de afectos… En el fondo, lo que les pasa a ocnófilos y
filobates es que resuelven de manera distinta el conflicto entre dependencia y
autonomía, esas dos fuerzas que gobiernan –tirando cada una hacia el lado
opuesto− nuestra vida diaria.
Y tú, lector amigo, ¿qué sueles hacer?, ¿irte o quedarte?
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