Julio de Caro es el patrón oro del tango,
el metro de platino iridiado con que debe medirse el género. Antes de él, el
tango estaba en manos de músicos autodidactas que con la mejor voluntad lo
tocaban en locales más o menos sórdidos de los barrios extremos. Julio de Caro,
formado en el conservatorio, intérprete precoz del repertorio clásico, elevó la
dignidad del tango y fijó su verdadera altura: como si trazara una línea en el
aire y dijera “hasta aquí debe crecer”. Y luego alimentó al tango para que alcanzara
la talla de adulto bien formado.
Primero fijó los
instrumentos que debían interpretarlo. Descubrió que el número áureo era el
seis: dos violines, dos bandoneones, un contrabajo y un piano. A su violín –que
era el encargado de mantener la melodía– le colocó una bocina, un apéndice de
metal con forma de trompeta del que salía una voz casi humana, una voz grave de
hombre ronco que estaba al borde mismo de la afonía. Aquel apéndice, por su
peso y porque hacía difícil de encajar el violín entre el hombro y la mejilla,
resultaba incómodo pero indispensable. Los músicos salían vestidos es esmoquin
al escenario, y salvo el pianista y el contrabajista, que quedaban detrás, se
colocaban alineados y equidistantes frente al público.
Cuando Julio de Caro
trazó esa línea imaginaria en el aire, se preocupó de no sobrepasarla. Esa fue en
realidad su gran lección. Porque no se trataba sólo de dignificar el tango,
sino también de no desnaturalizarlo por exceso. El tango era en su esencia una
música arrabalera, una música de arranques bravíos y de quiebros violentos.
Había que interpretarla bien, pero sin solemnidad. Por eso no admitió en su
orquesta a músicos sin formación musical bien aprendida, pero les dejó que
canturrearan por lo bajo, que dieran golpes en la tapa del instrumento, que se
apartaran del rigor armónico de las partituras.
Julio de Caro dejó
grabadas en disco varias docenas de tangos. Antes de hacer innovaciones en el
género, habría que medir las ocurrencias con esos modelos, como los sastres
deben usar la cinta métrica antes de cortar las piezas. No es que el tango no
pueda evolucionar, es que no debe dejar de ser tango. Por no respetar esa línea
que Julio de Caro trazó en el aire se han cometido aberraciones: tangos
interpretados por orquestas sinfónicas, tangos cantados por cantantes de ópera,
tangos injertados de músicas de otras latitudes.
Cuando Julio de Caro
compuso Olympia, el tango cuya
partitura se reproduce abajo, era el año 1927. La fotografía no se corresponde
con la edad que entonces tenía el compositor. Es una fotografía de diez años
atrás, cuando Julio de Caro, casi al tiempo que Gardel, empezaba a revolucionar
el tango. Es curioso que tanto uno como otro empezaran al tiempo. Son, cada uno
en lo suyo, los grandes maestros.
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