Se ha publicado
una biografía del editor Gregorio Pueyo (1860-1913), y la ha publicado el CSIC,
lo que es una firme garantía de que al modesto relieve del personaje se va unir
la nula difusión de la obra. Y ambas circunstancias harán que el biografiado no
salga del anonimato en que se ha mantenido a lo largo de cien años. Pueyo, como
otros editores de entresiglos, se hizo también librero, porque los editores de
la época tenían que apuntalar su mísero negocio con otro, que por lo general
resultaba igualmente mísero. La librería de Pueyo estaba en la calle Mesonero
Romanos 10, y era una librería de viejo y de nuevo; los libros nuevos que vendía
eran sólo los que editaba él, para no hacerse competencia a sí mismo.
La vida de Pueyo
se puede resumir en pocas líneas: vino del Pirineo aragonés a Madrid, con esa
rara vocación que tienen los editores españoles de publicar libros en un país
en que se lee poco, y murió tan pobre como había llegado. En sus últimos años,
cuando iba a cumplir los cincuenta, le vino una tuberculosis, pero la enfermedad
no menguó su entusiasmo, que le llevó a abrir un segundo establecimiento cerca
del anterior: en la calle del Carmen. Pero si la primera librería le daba para
malvivir, la segunda le llevó a la ruina.
Al poco de su
muerte, el urbanismo madrileño se conjuró con el desdichado destino de Pueyo y
de su familia. Entre los muchos derribos que exigió la apertura de la Gran Vía
estuvo el de su negocio, que ya regentaban la viuda y los hijos. El traslado y
una breve agonía del nuevo establecimiento pusieron fin con toda rapidez a este
episodio póstumo.
Pero la obra, más
que la vida de Pueyo, merece ser recordada por un rasgo que le singulariza entre sus colegas:
fue el editor del modernismo. Villaespesa, Salvador Rueda, Valle-Inclán,
Díez-Canedo y Manuel y Antonio Machado, y también los americanos Amado Nervo,
Santos Chocano y Gómez-Carrillo aparecen en los catálogos de Pueyo, y lo más
meritorio es que aparecen con sus obras primerizas, cuando aún no eran poetas
famosos, en una época en que lo habitual era que los primeros libros de poemas
los imprimiera el autor a su costa, por no encontrar editor que se embarcara en
empresa tan filantrópica. La primera antología de la poesía modernista, La Corte de los poetas. Florilegio de rimas
modernas, preparada por Carrere, la publicó también Pueyo, en 1906. Para
tortura del editor, a la falta de beneficios económicos se unía la dificultad
del trato con sus autores, porque parece que la grey de los modernistas era bastante
pendenciera y con muchos odios cruzados, oblicuos y trasversales.
La ingenua treta
del editor para compensar las pérdidas que le ocasionaban los poetas modernistas
fue la de editar novelas eróticas, y a veces pornográficas. De manera que en el
catálogo de Pueyo se entremezclan, en la sucesión alfabética, sutiles poetas de
cisnes y nenúfares con sicalípticos narradores de historias escabrosas. Y junto
a las portadas de mujeres exuberantes se alinearon, en el escaparate de Mesonero
Romanos 10, las sobrias portadas de cuidada tipografía.
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