lunes, 16 de abril de 2012

SONRISA MISTERIOSA


Ayer, al aparcar el coche en una calle silenciosa de ese extremo señorial de Chamberí que es el barrio de Almagro, me encontré de pronto con esta sonrisa. Lo que a veces pasa con las personas, que levanta uno la vista para verlas porque ha notado antes su mirada, pasa, o me pasa a mí al menos, con las ninfas. No sé si es por la costumbre de buscarlas en las fachadas o porque sé donde habitan en mayor número –y ahí, en Almagro, están las más bellas de toda la ciudad–, pero lo cierto es que el cruce de miradas es frecuente.

El tenue esbozo de sonrisa de esta ninfa no tiene nada que envidiar a la de Lisa Gherardini, con la que comparte también la redondez de la cara y la dulzura de los ojos. Pero esta es una Gioconda callejera y plebeya, ajena por completo al mundo sofisticado de los museos, con su penumbra, sus alarmas, y su temperatura y humedad constantes. Esta sufre los rigores del calor y del frío, las ráfagas de viento y lluvia, la oscuridad de la noche y la luz cegadora del mediodía. Y no hay vigilantes, ni alarmas, ni hidrómetros que velen por ella. Tiene más mérito mantener así la sonrisa que hacerlo resguardada en una urna de cristal.

No hace falta haber leído a Kant para darse cuenta de que vemos a través de nuestros prejuicios, y por eso tendemos a creer que una obra de arte no puede ser de cemento y estar pegada a una cornisa, y también lo inverso, que todo lo que hay en los museos son obras de arte. De esos errores de apreciación está llena la vida. Nos creemos videntes, y quizá nos parezcamos más a unos ciegos que caminan tanteando la realidad con el bastoncillo blanco de los prejuicios. 

Foto de ayer, 15 de abril de 2012

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