El lenguaje es como
un bosque por el que se avanza despejando el camino a hachazos. Y sin embargo,
el ejemplo más elemental de sostenibilidad es el del bosque: cuando se tala,
hay que plantar. En el uso del lenguaje se tala, pero no se planta. Hace poco
ha publicado Bernard Pivot –que fue tan popular por sus programas sobre la
actualidad literaria en la televisión francesa– un libro muy breve que se
titula 100 palabras que hay que salvar.
“Entre todos”, debería añadir el título. Porque se trata, desde luego, de una
tarea colectiva. Entre todos empobrecemos y entre todos debemos enriquecer.
Pero aún así podría ser útil un rescate individual. Porque al fin y al cabo, lo
colectivo es una suma de individualidades.
El diccionario es uno de los libros de
lectura más apasionante. Al abrirlo nos sorprende cuántos rodeos, cuántas
perífrasis damos a lo ancho del día, y cuantas palabras precisas hay en él que
nos servirían de atajo. Además, en el diccionario están –aunque es verdad que
desordenadas– todas las grandes novelas de la historia.
Y no hay que olvidar el episodio que
cuenta Ángel González:
Poesía
eres tú,
dijo un poeta
–y esa vez era cierto–
mirando al Diccionario de la Lengua.
dijo un poeta
–y esa vez era cierto–
mirando al Diccionario de la Lengua.
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