martes, 27 de marzo de 2012

VIOLINISTAS


          En el campo de concentración de Czernowitz –y también en otros campos, pero el episodio de Czernowitz lo llevó Celan a su poema Todesfugeun grupo de judíos, apuntado por los fusiles, interpretaba el tango Plegaria mientras otros judíos cavaban fosas para las cenizas de los muertos. Unos tocaban y otros cavaban. Azadones y violines formaban una sola música. Pero los azadones eran el instrumento principal, el que daba carácter a la macabra interpretación de la partitura.

Esos violines que los judíos pudieron llevar consigo de los campos de concentración de Alemania les sirvieron luego para ganarse la vida en el exilio. A los violinistas judíos los recuerdo –muy desdibujados ya sus rasgos en la memoria− en Tánger, tocando en los salones de té y en las pastelerías, y recuerdo su extrema delicadeza, su educación exquisita. Muchos de ellos habían sido brillantes médicos y abogados. Gnädige Frau, decían con una leve inclinación de cabeza cuando pasaba alguna señora junto a ellos para sentarse en alguna de las mesas. El doctor Kapmann tocaba en el lujoso café del Hotel Minzah, con vistas sobre la bahía. Su mujer y una hija pequeña pasaban algunas tardes discretamente sentadas en unas sillas bajas, junto a los camareros, mientras los turistas despreocupados entraban, charlaban en alta voz y salían.

Estos días han reunido para una exposición en Suiza algunos de esos violines. Tienen aún brillante y pulida la madera que apoyaban sobre el hombro, y seca y agrietada, ennegrecida por la intemperie, la parte superior.  

Vista de la bahía de Tánger desde el Hotel Minzah. Fotografía de mayo de 2010

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