En el campo de concentración de Czernowitz –y también en otros campos, pero el episodio de Czernowitz lo llevó Celan a
su poema Todesfuge− un grupo
de judíos, apuntado por los fusiles,
interpretaba el tango Plegaria mientras otros judíos cavaban fosas para las cenizas de los muertos. Unos tocaban y otros cavaban. Azadones y violines
formaban una sola música. Pero los azadones eran el instrumento principal, el
que daba carácter a la macabra interpretación de la partitura.
Esos violines que los judíos pudieron llevar consigo de los campos de
concentración de Alemania les sirvieron luego para ganarse la vida en el
exilio. A los violinistas judíos los recuerdo –muy desdibujados ya sus rasgos
en la memoria− en Tánger, tocando en los salones de té y en las pastelerías, y
recuerdo su extrema delicadeza, su educación exquisita. Muchos de ellos habían
sido brillantes médicos y abogados. Gnädige
Frau, decían con una leve inclinación de cabeza cuando pasaba alguna señora
junto a ellos para sentarse en alguna de las mesas. El doctor Kapmann tocaba en
el lujoso café del Hotel Minzah, con vistas sobre la bahía. Su mujer y una hija
pequeña pasaban algunas tardes discretamente sentadas en unas sillas bajas,
junto a los camareros, mientras los turistas despreocupados entraban, charlaban
en alta voz y salían.
Estos días han reunido para una exposición en Suiza algunos de esos
violines. Tienen aún brillante y pulida la madera que apoyaban sobre el hombro,
y seca y agrietada, ennegrecida por la intemperie, la parte superior.
Vista de la bahía de Tánger desde el Hotel Minzah. Fotografía de mayo de 2010 |
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