Algunas imágenes sirven para completar
un texto, pero hay imágenes que piden ellas mismas un texto que las complete.
En este caso sólo cabe escribir al pie
unas cuantas frases. Quizá tenga esa distinción algún ingrediente subjetivo. Lo
cierto es que, tratándose de esta fotografía, sólo puedo escribir al pie.
Aunque el texto aparezca arriba, debería estar, en realidad, debajo: no hay
palabras que puedan desbordar el marco de la imagen, porque esta lo expresa
todo.
En la fotografía mi madre tiene
veintiuno o veintidós años. No puedo precisarlo, porque no sé en qué época del
año está hecha. Que el vestido tenga manga corta no revela nada; el clima de
Tánger era, a lo largo de todo el año, el mismo. Está sentada en una silla de mimbre,
frente a un velador del que apenas se
advierte la curva del tablero. Recuerdo muy bien ese collar: no eran perlas,
eran unas piedras azuladas y casi translúcidas. El pequeño reloj rectangular
que lleva en la muñeca no lo recuerdo. Las gafas tampoco.
Detrás de ella hay una delicada
silueta en movimiento, casi desdibujada. Puede tratarse de un hombre o a una
mujer. En todo caso es alguien muy joven, un adolescente. Viste una chilaba de
color claro, probablemente azulada o grisácea, que son los colores más frecuentes
en los jóvenes. Mira con curiosidad a los extranjeros que charlan animadamente
en un idioma que no entiende.
Esta calle amplia, en cuesta y con
grandes aceras sólo puede ser el bulevar Anteo. Anteo era un gigante de la
mitología bereber que fundó Tánger. Su inmenso cadáver yace bajo la ciudad, en
un montículo que cubre sus restos. Quizá por esa razón esta calle en cuesta
llevaba su nombre. Hoy la historia se ha impuesto a la mitología, y se llama
avenida de Mohamed V. Está orientada a poniente. La luz de la tarde no deja de
iluminar las dos aceras hasta que cae la noche con toda su oscuridad.
Mi madre tiene una extraña expresión
de perplejidad, casi de desorientación. Aunque sonríe, no lo hace abiertamente.
Es sólo un gesto ante la cámara. Ya he dicho que tiene poco más de veinte años.
No ha salido nunca de un pueblo castellano que apenas alcanza los dos mil
habitantes. Mi padre, que ha vivido dos guerras y muchos meses de cárcel, que
ha estudiado la carrera en un enclave alemán en Polonia, que ha recorrido toda
Europa, le ha propuesto vivir en otro continente. Hacen este primer viaje para
hacerse idea del lugar y la posibilidad de trabajo. Se han alojado, no en uno
de los barrios europeos de la ciudad, sino en lo más recóndito de la Medina: al
pie del Zoco Chico, en el Hotel Mamora, que aún sigue abierto, con la recepción
casi a oscuras. Ningún occidental se alojaría hoy en él.
La fotografía ha fijado un instante
decisivo en varias vidas. Quizá ese día se ha decidido un rumbo nuevo. En sí
misma, esta fotografía no es nada: una mujer sentada en la acera de una ciudad
cualquiera. Quien ahora escribe estas líneas estaba entonces, ajeno al mundo
que le rodeaba, en España. Y hoy, en esta mañana de un mes de marzo que
termina, ha querido contar en unas pocas frases lo que para él significa esta
fotografía, sabiendo que algunos amigos, en algún momento del día, entrarán a
leerlas.
EL AMOR ESTÁ EN LO QUE TENDEMOS
ResponderEliminarEl amor está en lo que tendemos
(puentes, palabras).
El amor está en todo lo que izamos
(risas, banderas).
Y en lo que combatimos
(noche, vacío)
por verdadero amor.
El amor está en cuanto levantamos
(torres, promesas).
En cuanto recogemos y sembramos
(hijos, futuro).
Y en las ruinas de lo que abatimos
(desposesión, mentira)
por verdadero amor.
JOSÉ ÁNGEL VALENTE (Obras Completas I, Poesía y Prosa, Ed. Galaxia Gutenberg, 2006, pág. 247)
Muy hermoso este poema del primer Valente. Gracias por ponerlo aquí.
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