martes, 13 de marzo de 2012

INSOMNIO


Tratando de recuperar el sueño, en mitad de la noche, he encendido la radio, y entrevistaban a Ahmed Mgara, uno de los escritores marroquíes que escriben en español. No he podido dormir más. Mgara, descendiente de moriscos, como otros magrebíes que siguen utilizando el español, decía con una dulzura teñida de resignación, que sólo podía escribir en el idioma de su nostalgia. Él no ha elegido la lengua de sus relatos: un decreto divino –decía– le ha impuesto el español. Se lamentaba de que quizá su literatura, como la de otros muchos marroquíes que escriben y publican en español, no es muy buena, pero ellos ponen todo su empeño en hacer lo que tienen que hacer.

Ahmed Mgara publicó hace unos años una antología de literatura escrita en español al otro lado del Estrecho. Reunía nada menos que a ciento treinta y dos autores, desde los tres grandes maestros de la literatura hispano-marroquí, Mohammad Ibn Azzuz Hakim, Abderrahim Yebbur Oddi y Mohammad Temsamani, hasta los jóvenes que siguen escribiendo hoy día en español. Viejos y jóvenes se han asociado para subsistir juntos en un país en que el francés es la segunda lengua más vigorosa, y en que los escritores que no se expresan en árabe son vistos como traidores.

Y me he acordado de Mohamed Riffi, que era comisario de policía en Tánger, joven, muy delgado, con un bigotito fino y negro, que se quedaba entusiasmado cuando le oía a mi padre alguna palabra española que no conocía, y la apuntaba inmediatamente. Escribía pequeños cuentos en español por la simple fruición de escribirlos, para paladearlos mientras los leía en voz alta. Todavía recuerdo vagamente alguno, pero recuerdo sobre todo la emoción, y a veces la excitación con que los leía. Nunca se le pasó por la cabeza publicarlos. Habría sido inconcebible para sus colegas y sus superiores que un comisario de policía escribiera en un idioma extranjero. Eran los años en que se estaba fraguando la independencia, y el orgullo nacionalista empezaba a despreciar todo lo europeo.

El patriarca de los escritores hispano-marroquíes, Mohamed Ibn Azzuz Hakim, traductor de Juan Ramón Jiménez al árabe, le pidió al Rey, hace unos años, la derogación del Decreto de expulsión de los moriscos de 1605. Creo que recibió la callada por respuesta. Son más de un millón los marroquíes que se sienten orgullosos de su origen hispánico, y muchos de ellos han conservado el idioma a lo largo de las generaciones. Que algunos recurran a ese idioma ancestral para hacer versos es quizá lo más conmovedor. 

Mohamed Riffi, conmigo, en la playa de Tánger, años 50


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