La editorial Insel había
anunciado (el otro día lo recordaba, al hablar del aniversario de la creación
de la Biblioteca Insel) que cuando
llegara la fecha en que la colección cumpliera un siglo, saldría a la venta una
nueva edición, ahora con ilustraciones, del que fue el primer volumen: La canción de amor y muerte del Alférez
Christoph Rilke.
Ha llegado la fecha, y el libro
está ya en las librerías. Pero las ilustraciones han sido una gran sorpresa.
En el Alférez confluyen varias historias. La primera es la de su
creación. Una noche de otoño de 1899, recién llegados Rilke y Lou
Andreas-Salomé de su primer viaje a Rusia, están juntos –juntos, pero no solos,
porque allí está también el marido de Lou– el poeta y su amada. La casa, en las
afueras de Berlín, Villa Waldfrieden,
es amplia y ajardinada, y en un extremo de ella duerme el poeta, y en otro el
matrimonio Andreas. Pero no, el poeta no duerme. Toda la noche escribe, con las
cuartillas flanqueadas por dos velas cuyas llamas hace oscilar el viento. En
esa noche de exaltación amorosa, el poeta escribe un poema en prosa igualmente
exaltado. Un ritmo vibrante sostiene los largos versículos. Lo escribe como
regalo a Lou. Tiene que terminarlo a lo largo de la noche para poder
entregárselo al amanecer.
La segunda historia es la del
poema. El alférez Christoph Rilke, casi adolescente, cruza la gran llanura de
Hungría para enfrentarse con el ejército turco. El alférez cabalga junto al
general, llevando la bandera. El ejército lo forman soldados de distintas
naciones. Al caer la noche descansan en un castillo. El alférez encuentra allí
a una mujer, con la que pasa la noche en una de las torres. Por la mañana está
el castillo en llamas. El alférez, sin coraza ni armas, llevando la bandera, se
adentra en las filas de los sitiadores, entregándose a una muerte segura.
La tercera historia es la propia
vida del autor, paralela a la de ese antepasado imaginario del siglo XVII. La
vivencias del alférez Christoph Rilke son las mismas del poeta: la completa desorientación
en la inmensa llanura sin casas, sin árboles, sin montañas; el amor reducido a
un episodio fugaz; el alejamiento definitivo de la mujer a la que ha amado; la
nostalgia del hogar; la inminencia de la muerte.
La cuarta historia es la del
libro. Después de dos ediciones anteriores que habían pasado sin pena ni
gloria, el libro acaba encontrando a sus lectores cuando aparece en la Biblioteca Insel. Desde ese momento la
popularidad es imparable. Pero los episodios más llamativos de la vida del libro
son los de las guerras mundiales. El ejército alemán mandó hacer ediciones
especiales durante ambas contiendas, y no hubo soldado que no llevara el Alférez en su macuto. El poeta se quejó
muchas veces de esa utilización belicista de su poema. El testimonio más
expresivo está en una dedicatoria que Rilke escribió en un ejemplar del Alférez en el verano de 1919:
No pensaba en la guerra mientras escribía
en una sola
noche, lo que aquí se dice. Ni siquiera pensaba
en el destino. Sólo pensaba en juventud, tumulto,
asalto, impulso puro;
también en la derrota que arde y se niega a sí misma.
Y este poema manuscrito, esta
dedicatoria, nos lleva de nuevo a las ilustraciones de la edición conmemorativa.
Son ilustraciones que expresan la atrocidad de las guerras. El que las imágenes
estén dibujadas “a la manera negra” –raspando con espátula sobre la capa negra
que recubre una base blanca– contribuye a acentuar el dramatismo de las escenas
y las figuras. El expresionismo exacerbado de las ilustraciones contrasta con la
luminosidad del relato, que está compuesto por episodios narrados con técnica
impresionista, con ligeras pinceladas de colores suaves.
Es posible que los alemanes de
nuestros días –pintores y no pintores– sean incapaces de representarse los episodios
bélicos, aunque estén narrados con la levedad del Alférez, sin revivir la inmensa tragedia que supuso la última
guerra. En este caso, además, el pintor y grabador Karl-Georg Hirsch tiene en
la memoria su salida de Breslau, a los siete años, de la mano de su madre, bajo
el bombardeo de la ciudad. Pero lo cierto es que las ilustraciones nada tienen
que ver con el relato. Por eso sorprenden. Parece como si el pintor no hubiera
tenido en cuenta todas las historias que hay detrás del libro, y sobre todo que
el Alférez es el regalo de una noche
de pasión amorosa, y que el autor no ha pensando en la guerra al escribirla,
sino en el impulso de la juventud.
Qué pensaba Rilke de las
ilustraciones lo dejó escrito en una carta de finales de 1924: “Siempre me he
negado a cualquier tipo de ilustración, y he rechazado todas las propuestas.
Siempre me ha parecido que la vinculación de las imágenes poéticas a
determinadas representaciones produce un daño. La imagen poética debe quedarse
en la palabra. Vive de su misterio y a través de él se renueva. Cada lector
debe trazar los rasgos que precisen la imagen”.