miércoles, 8 de febrero de 2012

LAS OTRAS CONMEMORACIONES


    Están más arraigadas las conmemoraciones temporales que las espaciales. Las cifras redondas causan una fascinación tan generalizada como artificial. ¿Es que al cumplirse un centenario empiezan a vibrar en lo más íntimo de nosotros unas irresistibles campanitas de entusiasmo? Resulta que en el nonagésimo noveno aniversario no sentimos absolutamente nada, y al año siguiente la exaltación nos embarga.

    Hay otras conmemoraciones más razonables: volver al lugar. No se trata, como en las conmemoraciones temporales, de esperar a que vuelvan los años con su rotunda carga de ceros –o lo que es más cómico, con su renqueante carga de cifras variadas, como en los pintorescos sesquicentenarios–, sino de revivir los mismos pasos, la misma luz, el mismo ambiente que alguien vivió. Volver. No dejar que sea el tiempo el que vuelva, sino volver nosotros: retornar, rehacer, revivir. Allí está –porque estuvo– el suceso o el hombre rememorado. “El punto por donde pasó un hombre, ya no está solo. Únicamente está solo, de soledad humana, el lugar por donde ningún hombre ha pasado”, escribió César Vallejo. Sí, volvamos: el hombre sigue allí.

    Se cumple este año el centenario del viaje de Rilke a España. Para conmemorar al poeta, madruguemos, tomemos un café a pequeños sorbos bajo la cúpula acristalada del Palace, recorramos morosamente el paseo del Prado disfrutando de la luz que se cuela entre los árboles, sonriendo a los pájaros, entremos en museo y detengámonos –sin prisa– ante los cuadros de El Greco. Si llevamos las palabras que Rilke escribió apresuradamente ante ellos, en el cuaderno que siempre llevaba consigo, la rememoración será completa.

  

1 comentario:

  1. Y me acuerdo de ese café al que me invitaste en el Palace hace dos años en Madrid conmemorando al poeta porque nos apeteció...

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