Las escenas menores suelen tener mayor encanto que los
grandes sucesos. No sé si los encuentros pertenecen a ese género de las escenas
menores. Gabriel Marcel hizo toda una filosofía del encuentro, al que dio una
importancia decisiva en la vida del hombre. El encuentro al que quiero
referirme se produjo una tarde de otoño del año 1925. El escenario es París, y
en concreto la casa de Jean Cassou, hispanista, poeta y traductor. No sabemos
el día, pero sí la hora: las cuatro de la tarde. También sabemos que era un día
apacible, quizá soleado, porque los visitantes de Cassou se fueron luego a dar
un paseo por la orilla del Sena. Quienes esa tarde se encuentran en casa de Jean
Cassou, y no por casualidad, sino porque han sido citados para el encuentro,
son Miguel de Unamuno y Rainer María Rilke. Inmediatamente se entabla entre
ellos una corriente de cercanía, de afinidad. ¿Por qué no pudo entenderse Rilke
con otros españoles –Zuloaga, Albéniz…– y sin embargo se sintió atraído por la
recia personalidad de Unamuno, y éste a su vez porque el trato delicado, casi
femenino, del poeta austrohúngaro? En primer lugar porque ambos son, ante todo,
poetas, y poetas pensadores. En segundo lugar porque ambos están pendientes del
reverso de las cosas, del mundo invisible. Hay una idea que Cassou consideraba
el punto de confluencia entre Unamuno y Rilke: la agonía, en su doble sentido
de lucha y de muerte.
Rilke le ha llevado a Unamuno una antología de sus poemas
que ha compendiado Katharina Kippenberg, la mujer de su editor. Y en la primera
página en blanco de ese ejemplar, Rilke ha escrito a lápiz unos versos de Hölderlin
como dedicatoria:
Y a continuación ha escrito, escuetamente, "para Don Miguel de Unamuno".
Este libro está hoy en la casa museo de Unamuno, en Salamanca. Probablemente sean las únicas líneas manuscritas de Rilke que haya en España. Aquí abajo están. Es la primera vez que se reproducen.
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