Es lo que expresa Picasso a lo
largo de estas 66 imágenes de mujeres tan limpiamente alineadas por el Canal en
su catacumba de la plaza de Castilla. Porque hay retratos de medio cuerpo y de
cuerpo entero, pero sea medio o entero, el dibujo del cuerpo es sólo el soporte
del rostro, que es donde el pintor se detiene. A la superficie del rostro
quiere sacar la persona entera, y por eso lo intenta una y otra vez, como si le
quedara siempre algo por sacar, por decir. Françoise de frente y de perfil,
Françoise en trazos finos y en trazos gruesos, Françoise en esquema y en
dibujo… Y luego Jacqueline: Jacqueline mirando a la derecha y mirando a la
izquierda, Jacqueline en grises y en colores, Jacqueline inclinada, leyendo, y
erguida, mirando fijamente al pintor…
Picasso graba con la misma
espontaneidad con la que pinta, como si no estuviesen por medio las pesadas
piedras litográficas, los buriles, los ácidos, las planchas de zinc y de cobre,
las tintas, las lijas, los raspadores, los cepillos, los linóleos, y las gubias.
Igual que en el poeta estaban solos su corazón y el mar, en Picasso están solos
la planchas y el modelo. Y qué milagro vivo, imperecedero, inmarchitable, el de
estos rostros juveniles, tan actuales siempre, como ese bisonte de Altamira que
ha bramado con la misma fiereza a lo largo de milenios.
En la catacumba del Canal siente
uno la proximidad del agua, de esos millones de litros que en silencio y
oscuridad se agolpan junto a estos blancos rostros de papel. El Canal ha
liberado una bóveda de ladrillo de los miles de bóvedas que albergan el agua. Y
es una lástima que no le haya robado al agua alguna bóveda más, porque no hay
mejor sala de exposiciones de Madrid que esta catacumba. Merecería la pena
pasar un poco de sed.
Manuel Alcorlo estaba también
allí, repasando minuciosamente un grabado tras otro. Tocaba las láminas como si
fueran suyas, gritaba de entusiasmo, señalaba, girando el dedo índice, los
rincones donde veía los mejores aciertos. Me ha dicho que su obra preferida,
entre todas las expuestas, es esta de la izquierda. Pero si las vigilantas
uniformadas que toleraban a Alcorlo los gritos y toqueteos me hubieran dejado
llevarme una, habría sido esta otra, de la derecha.
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