martes, 14 de febrero de 2012

CON LA PUNTA TOCA LA PURA MIEL

         Había el domingo en la cuesta de Moyano, entre otros libros de tapas igualmente desvaídas, uno de ejercicios de lectura para niños editado en 1923. Sin necesidad de pasar de la rápida ojeada de unos pocos párrafos, allí mismo, de pie, frente a la caseta, bajo la inclemencia de esta segunda oleada de frío siberiano, quedaba uno fascinado por el lenguaje de aquel libro. Este manual de lectura está escrito todo él con frases complejas –yuxtapuestas, adversativas, conjuntivas, ilativas-, correctamente formadas, pero cuya sucesión tiene ningún sentido, y esa mezcla de perfección e inanidad les da un raro atractivo. No puede decirse que sean frases absurdas, pero parece que están colocadas por el azar, o por alguien que hubiera sufrido un fuerte golpe en el cráneo o una insidiosa enfermedad mental que sólo le hubiera dejado la sintaxis, y le hubiera le arrebatado la lógica. Copio algunas: “Si yo te dijera lo que pienso, tú me dirías lo que sientes, y acaso otro nos dijese sus intenciones, pero ninguno nos narraría sus sueños. Si tú anduvieras más atento, yo andaría más solícito, para que otros anduviesen detrás de nosotros. Si yo era inocente, tú fuiste siempre gruesa, aquella fue bizca, y nosotras fuimos adustas. Si yo tuviera un pájaro y tú tuvieras jaula, tendríamos lo que no tenemos, pero acaso no poseyéramos las cosas que nos hubiera gustado disfrutar. Jubiló el Gobierno a Juan, yo jubilo a Pedro, y ambos están llenos de júbilo. Nadie numeró un número tan grande hojas como el que yo numero; y no es que yo limite tu derecho a numerarlas, como limité a Juan el que tiene a pasearse; pero también para ti tienen las cosas un límite”. Todo el libro es así. 

          Cinco años más tarde de publicarse ese libro, en 1928, un poeta empezó a escribir otro libro con estas frases: “El que un  hombre esté triste como yo no es razón para que me eche en cara la forma de mi sombrero. Te lo brindaría al sol, tendido, si te gustase. Pero me gustan tus ojos, me gustas tú y no es porque me engañes, sino porque la campiña ha perdido todos sus accesorios. Aquí en la capital es donde mejor se adivina. Tú eres hermosa como la hoja de un almanaque. Sólo tú, la de siempre, sacas la lengua porque has comprendido que le va muy bien al crepúsculo. Con la punta toca la pura miel que él te sirve y encuentran muy endebles todas mis objeciones”. Etcétera. La vida es tan injusta, que al autor del primer libro no le recuerda nadie, y al autor del segundo le dieron el premio Nobel. 

Cuesta de Moyano, 12 de febrero de 1012
        

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